Un millar de bocas




No logro comprender cómo entra tanta gente en este lugar. En el espacio equivalente a un dormitorio medio cuento más de treinta mesas, sé que es un hecho imposible, siempre y cuando el espacio no se haya deformado. Y la gente no es mucho más normal, no hacen nada, si no fuera por su respiración dudaría sobre si son maniquís o no.
Están muertos.
Ahora sus restos flotan a mi alrededor. La gravedad ha fallecido y una cabeza choca contra mi brazo, no la aparto no reacciono, solo observo. No quiero ver nada más pero no puedo evitarlo. La sangre y las vísceras parecen tan reconfortantes. Una vez llegados al final ya no hay miedo.
¿Qué es eso? ¿Un luz?
La luz está encendida y yo he vuelto a quedarme dormida. Miro el reloj y marca las cinco y veinte de la mañana. No debí quedarme dormida, no puedo puedo permitírmelo, tengo que preparar algo para Octopus. Trabajar escribiendo relatos para una revista de segunda no es mi sueño como escritora, pero al menos me ayuda a pagar el alquiler. Tengo que cerrar una historia en tres partes y todavía no escribí una palabra, no tengo idea de cómo terminar la maldita historia. Parece que esta noche tocará de nuevo café y ojeras, últimamente es mi compañía principal.
Busco algo de café por la cocina y todavía queda hecho. Ahora toca recalentar: coger algo malo y hacerlo peor. Por si no había quedado claro, no me gusta el café, pero me ayuda a mantenerme despierta y trabajo mejor de noche.
Y ahora a trabajar.

Le encanta la humedad del ambiente, le recuerda a su segunda primera vez. Fue igual a nacer sin saber que estaba muerto, siendo otro el que murió. Es tarde para la hora a la que suele cazar, pero sigue intentándolo, lo cual es normal si tienes tantas bocas que alimentar. Y estas tienen un gusto exquisito, no les vale devorar a cualquiera, no. Según sus propias palabras: solo comerán un pedazo de luz. No es nada fácil encontrar alguien con luz propia en esta época, ni en ninguna otra.
El mediocre intento de gigante se arrodilla sobre un charco y abre la urna; blanca y sencilla. Espera paciente mientras se hunde en los pensamientos de futuros gozos. La luz para ellas y el resto para mí, se repite en pensamiento. Al fin las voces hablan y lo mandan al final de la calle. Se levanta, y con la urna en brazos, obedece.
Sus pies se empapan, y la mente lo martillea, pero se toma su tiempo para llegar. Estas noches son buenas, puede mostrar sus colmillos y vivir sus fantasías sin miedo a represalias, así que no se dará prisa alguna. Mientras tenga la urna, ellas borrarán todo peligro. Y con ese ritmo llega a su destino. Un antiguo edificio, pintado de negro y gris, con una única luz encendida en la tercera planta.

Vale, me acabo de dar mal royo. Si ya me lo repito siempre: no uses cosas reales en tu obra. Y luego voy y pongo mi casa, con razón termino sugestionándome. Debí seguir con la carrera, sería igual de pobre, pero con una carrera. Pero no, tenía que ser escritora, tendré suerte si no termino muerta en una zanja. Y encima el café está malo, aunque no sé que esperaba, es café. A ver si termino esto y me voy a dormir de una vez.

Fue sencillo entrar en el edificio. No cerraron la puerta principal, algo común en tiempos de falsa seguridad. Sube por las escaleras y los pasos no suenan, solo dejan una húmeda huella, la única marca que esta historia dejará. Mientras sobrepasa el primero las bocas le informan; esta vez no hay tiempo para jugar. Eso lo decepciona ya que es su parte favorita, pero con los años obtuvo la habilidad de hacerlo rápido, por lo que no pierde la esperanza del todo.
Además, hoy necesita desahogarse, mañana regresar a la oficina y es mejor hacerlo despejado. Llega al segundo piso. Desea tanto que su compañera tuviera luz, así podría divertirse con ella, pero la mediocridad salva a esa pija insoportable. Quién diría que ser mediocre podía resultar útil.
Llega al tercer piso.
La puerta está cerrada. Vuelve a abrir la urna y pide su ayuda. De entre la niebla que llena el objeto se asoma una especie de lombriz, gris y húmeda. Va directa a la cerradura, coloca su boca en esta, y tras un ligero chapoteo; la puerta se abre. La boca regresa a su hogar para dejar paso al gigante y su sonrisa. Ya está dentro. Avanza con falsa calma mientras imagina el rostro de su nuevo juguete. Sigue hasta alcanzar la puerta del cuarto y se detiene. Huele a café y escucha un teclado escribiendo. Alza el puño y...

Toc. Toc. Toc.

¿Acaban de golpear la puerta?





Diego Alonso R.

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