Acordeón de carne



Nunca debí verlo. Estaba lista para salir a la playa, solo tenía que cruzar la puerta, salir a la calle y disfrutar del buen tiempo; pero no. En el último momento decidí asomarme por la ventana para ver si se acercaban nubes o si el día se mantenía despejado. Estaba despejado por completo y no parecía que nada fuera a cambiar. Aún estaba a tiempo de darme la vuelta y hacer lo antes mencionado, pero una jugada caprichosa de la casualidad decidió aparecer, y me fijé en la casa de enfrente.
Fue un error.
Vivía al límite del pueblo donde casas y edificios convivían como una simbiosis corrupta. Desde la ventana de la cocina veía un campo (cuyo dueño tenía la habilidad de dejarlo siempre en mal estado), una pequeña carretera, la casa, y luego varios campos que enlazaban hasta chocar contra la zona principal del pueblo. Lo importante es la casa y lo que vi en ella. Todavía la recuerdo bien. Era de tres plantas individuales, pintada de un amarillo mostaza, y con una franja blanca en la división de cada planta. Era cutre y parecía una versión gigante de un juguete horrendo. No solía fijarme en ella por esa razón, pero en esa ocasión vi algo llamativo en una ventana del primero. Había una mujer durmiendo, ¿qué tiene de llamativo? Pues que estaba durmiendo apoyada en la ventana, con parte de su cuerpo colgando. En un principio solo llamó mi atención un momento, era algo curioso que alguien se durmiera así, pero nada más que una mera curiosidad que comentas de pasada. Entonces se movió dejando una parte más grande de su cuerpo colgando, ya pasaba del pecho y me asusté. Si seguía moviéndose dormida podría caerse y matarse, o como mínimo, hacerse mucho daño.
Entonces corrí al salón en busca de unos viejos prismáticos de mi padre. Necesité tres intentos en los cajones para encontrarlos. Volví a la ventana y los usé. Era una señora que rondaría los sesenta años, lucia media melena cardada y una complexión pesada. Todavía colgaba de la ventana a la altura del pecho, ¿cómo habría logrado dormirse en semejante lugar? Es cierto que a veces una no puede controlar cuando la seduce Morfeo, pero debía poseer una calma sin igual para lograr pegar ojo en semejante ubicación. Se me escapó un grito al ver como se movía de nuevo y quedaba enganchada por la cintura. En ese instante un montón de pensamientos chocaron en mi mente dejando solo los restos. ¿Debería intentar despertarla o correr y advertir a uno de sus vecinos? Fue la única frase que mi mente logró componer entre todo el caos. Movía la cabeza y gesticulaba mientras intentaba convencerme a mí misma de cuál era la opción correcta. Hasta que giré el rostro de nuevo en dirección a la casa.
La señora había despertado y se movía los brazos intentando empujarse hacia arriba, parecía que no lograba volver a la seguridad de su hogar. Lo vi claro, cogí aire y le grité tan fuerte como podía; que aguantara, que iba en un momento. Corrí más rápido de lo que era capaz, lo que hizo que tropezara un par de veces, y que me empapara en sudor muy rápido, pero llegué a tiempo. La anciana todavía colgaba de la cintura. Entre jadeos por la carrera le dije que avisaría a un vecino, que aguantara solo un poco más. Pero antes de poder llegar a la puerta la escuché. Soy incapaz de recrear aquella voz, lo más parecido que puedo decir, es parecía un oso intentando hablar. He incluso con esa voz inhumana pude entenderla sin problemas.
Nueva carne”.
Un escalofrío me recorrió la espalda y cuando quise darme cuenta había retrocedido diez metros. Fue instintivo, como apartar la mano del fuego, al escucharla mi cuerpo puso distancia de por medio. La mujer apoyó las dos manos en el frente del edificio y comenzó a empujar hacia mí. Sentí miedo, no por si caía de la ventana, si no por tenerla más cerca. Gemía de esfuerzo con cada tirón. Mayor fue la sorpresa cuando pude ver que empezaba a separarse. La anciana avanzaba en vertical, caminando sobre sus manos, mientras su torso y piernas se separaban. Las vísceras se estiraban y unían ambas partes formando un acordeón de carne, la sangre discurría por la fachada de la casa marcando las huellas de sus manos, y las mandíbulas de la mujer chocaban con fuerza cuanto más se acercaba al suelo. No me avergüenza decir que solo fui capaz de temblar y mearme encima, una no suele encontrarse con una pesadilla en la vida real.
Cuando iba a mitad de camino, sus piernas se soltaron de la ventana y cayó de bruces contra el suelo. Se levantó con el rostro ensangrentado y mirándome sin perder la fiereza que solo un depredador hambriento posee. Y mientras conseguía reunir la fuerza para mover mis piernas y huir, pude ver cómo esa criatura, que había dejado de ser una mujer; se levantaba de una forma imposible. Se mantenía unida agarrándose a las piernas con uno de sus brazos, y el otro lo mantenía listo para atrapar a su presa, a mí. En cuanto avanzó pude correr. Por suerte para mí no era rápida y logré volver a casa. Tal vez no fue la mejor decisión, tal vez debí correr hasta quedarme sin fuerzas, o buscar un lugar con mucha gente, pero en momentos de peligro buscamos aquello que conocemos. Así que volví a mi casa.
Volví aquí.
Y después de tres horas, la que antes fue una anciana, todavía está en mi puerta.


Diego Alonso R.

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