La
palabra hogar siempre le quedó grande, así que se conforma con
llamarse casa. En ella solo han vivido dos mujeres, y si en algún
momento vivió otra gente ya ha sido olvidada. Ellas dos marcaron el
lugar y memoria de varias generaciones. Pero ya no importan, porque
no están y el tiempo está haciendo su trabajo. Ahora solo queda la
casa y tampoco será eterna.
La
descripción de la casa cambiaría de forma notable dependiendo de a
quién preguntes, pero todas estarían de a cuerdo en lo mismo; no es
un lugar que llame a la calma. Está alejada del mundo, solo se ve a
lo lejos desde una carretera secundaria y ni de lejos es hermosa. Más
bien es una mancha en el paisaje que intentas no mirar por si te
devuelve la mirada. Una construcción vieja, de madera y piedra. Con
el color negruzco de un antiguo incendio, rodeada por la naturaleza
-aunque parece que esta no se atreve a entrar- y con un árbol
viviendo en su techo.
Frente
a la casa hay aparcados dos coches y una furgoneta. Esta última
acaba de llegar y su dueño habla en la entrada con otras tres
personas. Excusa su retraso explicando que tuvo que cerrar la
panadería y el tiempo lo comió, los otros le sacan importancia
intentando no perder más tiempo y se saludan como todo el mundo que
lo hace tras años sin verse: incómodos y fingiendo que se echaban
de menos mientras comparan el trato que les dio la vida a cada uno.
Terminan el ritual del reencuentro y entran en la casa. La primera
planta es la más sencilla, entran a un pequeño recibidor cuyo único
decorado es un pequeño mueble en mal estado, a la izquierda hay una
cocina y al fondo está la escalera. El grupo entero entra en la
cocina. Es antigua y lleva tiempo abandonada, en pie solo queda una
vieja cocina de leña, algunas estanterías y una gruesa mesa de
madera con sus respectivas sillas. Todo acompañado por una gruesa
capa de polvo y las manchas negras que cubren el techo. Mientras el
grupo esperaba al tercer integrante la convirtió en su base para
esta noche, hay una nevera con bebidas y un par de mochilas con
provisiones en el suelo. La mesa ha sido con termos con café y una
cámara que permanece apagada.
- Veo que habéis estado ocupados.
- Sí, hemos decidido instalarnos en la cocina. Parece que no le afectó el incendio y es bastante grande.- Responde Rodrigo, el otro hombre del grupo. Es alto y delgado, viste una camisa amplia y el pelo le cubre parte de las gafas.
- Pues os traigo un poco más de provisiones.- Deja otra pequeña nevera portátil en el suelo y de ella saca un par de cervezas.- ¿Quién quiere un trago?
- Dame una.
- Te doy las que quieras.- Isabel lo ignora y coge la cerveza. Es más alta que él y sin duda también dedica más tiempo al ejercicio, podría tumbarlo de un golpe sin problemas. - ¿Alguien más?
- Primero deberíamos revisar la casa.
- Cierto, cierto. Primero los fantasmas y luego la cerveza.
Se
arman con linternas para ver en la noche y suben las escaleras. Dan a
un gran salón. En su tiempo seguro que estuvo lleno de detalles y
recuerdos, pero ahora está negro, lleno de muebles rotos y pequeños
objetos quemados. A su derecha tienen un pasillo pero primero
prefieren dejar listo el salón, así que deciden abrir las dos
puertas que hay en este. La primera no es más que una pequeña
despensa, donde todavía permanecen algunas latas que esperemos que
no sean abiertas; y la segunda un pequeño cuarto con una cama
inservible y un viejo armario en el mismo estado, manteniendo la
armonía de la casa.
Cruzan
el salón a un paso más rápido del que ninguno admitiría y llegan
al pasillo, al inicio del cual encuentran una puerta a la derecha.
Pero no parece abrirse. Empujan con fuerzas y tras un crujir empieza
a abrirse con esfuerzo. No es lo que ninguno esperaba. Al fondo hay
un gran armario con espejos, pero ninguno de ellos repara en él
porque en medio del cuarto hay un gran árbol. Sí, un árbol. El
tronco es ancho y las ramas salen en todas direcciones y en extrañas
formas, como si intentasen empujar las paredes y respirar, las raíces
se clavan en el suelo de madera, y por el agujereado techo salen
algunas de las ramas .
- No me jodas.- Manel, el hombre que llegó tarde rompe el silencio con su gran aportación. Está claro que es la clase de persona que siempre hace grandes aportaciones como esta.
- ¿Este es el arbolillo que se ve en el techo?- Marta, la cuarta integrante del grupo, continua recalcando los puntos que todos piensan.
- Parece que ese arbolillo no son más que algunas ramas de la copa.
- Pero los árboles no nacen en las habitaciones.- Manel se ha acercado y acaricia el tronco fascinado.
- Teniendo en cuenta el estado de esta no me sorprende para nada, seguramente las raíces se extiendan hasta el suelo de la primera planta.- Isabel es la menos sorprendida de todos.
- Espera, espera... ¿Dices que abajo hay un cuarto lleno de raíces enormes?- Los ojos de Manel no dejan claro si le gusta o preocupa.
- Supongo que sí.
- Pero en la planta de abajo no hay nada más que la cocina.
- Mira el tamaño de la segunda planta. Es al menos el doble de grande, deben de haber cubierto alguna puerta o algo así.
- Isabel tiene razón, la mitad de esta planta no va a estar sobre el aire.
- Un árbol sorpresa, un cuarto secreto... Al final esto sí parece una casa encantada de verdad.- Manel bebe un trago de cerveza satisfecho.
Continúan
por el pasillo y llegan al baño del fondo. De algún modo está en
buen estado, solo algo carcomido por los años y el abandono. Y a su
derecha un pequeño cuarto, hay una diminuta cama y es el único
cuarto con rejas en las ventanas, todos sienten que no deben estar
ahí y se marchan rápido.
Manel
e Isabel se acomodan rápido con unas cervezas en la cocina, mientras
los otros buscan en el coche unos sensores de movimiento que Rodrigo
compró por Amazon. Hace unas semanas que regresó a su pueblo natal
y hace unos días que se encontró con Marta mientras hacía la
compra, y él no pudo rechazar su invitación a tomar un café. Ella
le gusta. Su larga melena rubia, sus anchas caderas y piernas, y las
arrugas que están saliendo bajo sus ojos. Resulta que Marta también
ha regresado al pueblo, según ella “tras un matrimonio que nunca
existió”, y eso le ha traído muchos recuerdos. Y encontrarse con
Rodrigo solo ayudó a que estos emergieran con más fuerza, nunca
llegaron a ser amigos, pero se conocían de pequeños. Estuvieron
poniéndose al tanto sobre los restantes compañeros de clase de la
época y luego vinieron las historias de infancia; entre ellas surgió
la casa. Todos tenían miedo de esa casa y se contaban historias a la
cual más fantasmagórica. Y ella tuvo la idea; hacer una noche de
investigación paranormal en el lugar que los aterraba de pequeños.
A los dos les encantó la idea, pero por motivos que ninguno sabría
explicar de forma breve, invitaron a más gente; ella a su prima
Isabel, y él a su viejo amigo Manel.
Entran
en la cocina con la bolsa de sensores.
- Mirad, tenemos hasta sensores de movimiento. Esto ya es una investigación de verdad.- Marta parece entusiasmada con la idea.
- ¿Y qué haces tú con sensores de movimiento?- Isabel le echa una mirada digna de una detective de cine negro.
- Me gusta el tema paranormal y los compre hace años para hacer esto, pero nunca encontré el momento y...- Le responde sin mirarla de forma directa, en parte por vergüenza, en parte porque es difícil hacerlo cuándo pone esa mirada.
- Eres todo un cazafantasmas, Rodri.
- No les hagas caso, venga, vamos a colocarlos.
Colocan
uno en la puerta de la entrada, otro en medio de las escaleras, y
otro en el pasillo de arriba. Tras eso vuelven a la base de la cocina
y se unen a las cervezas y la charla; no queda otra que esperar hasta
que pase algo, eso si es que pasa. Durante las siguientes dos horas
no pasó nada especial. Saltaron las alarmas de los sensores un par
de veces, pero una fue un ratón y la otra supusieron que también,
además luego no pasó más cosas, así que nada a lo que darle
importancia. Y mientras tanto el número de cervezas desciende en
proporción a lo que asciende la confianza entre ellos.
- Yo escuché que aquí vivía un famoso asesino en serie que comía a sus víctimas y...
- … Y se llamaba Hannibal Lecter, ¿verdad? - El comentario de Isa hace reírse hasta a la propia Marta.
- Pues a mí me contaron que aquí vivía una familia. Una normal y corriente, como cualquiera en el pueblo, pero un día los encontraron a todos muertos. Se habían matado entre sí.
- Esa es buena, pero yo siempre pensé que era el picadero del pueblo.- Todos miran a Isabel.- ¿Qué, vosotros no lo pensasteis nunca?
- No.
- Nunca.
- Pues... No.
- Joder, me parecía obvio. Asustas a los niños para que la casa abandonada esté vacía y la usas para hincharte.- Bebe un buen trago satisfecha por su lógica.
- Bueno, aún podría serlo...- Manel lo deja al aire.
- Pero solo era una teoría de joven, supongo.- Y los otros ven como Isa corta rápido la opción en el aire.
- ¿Y tú qué escuchaste Rodri?- Marta está sentada a su lado y lo mira con los ojos vidriosos por el alcohol, al igual que el resto de ojos de las sala.
- Mi familia conoció a las dueñas de la casa.
- ¿En serio?- Se acerca un poco más a él.
- Nunca me lo contaste.- Manel parece dudar.
- De pequeño me daba bastante miedo todo esto, por eso no lo comenté mucho. ¿Sabéis la casa que está siguiendo el camino? Pues era de mis tío-abuelo.
- Pues ya estás tardando en soltarlo todo.
- Realmente no es una gran historia. Aquí vivían dos viejas hermanas. Por lo que sé eras ariscas y no se llevaban bien con el pueblo, pero tampoco mataron a nadie, ni desaparecía gente, ni nada por el estilo. Aún así pensaban que eran brujas.
- ¿Por ser dos vieja ariscas? Que amables en el pueblo.- Isabel comenta entre sorbos.
- No lo sé. Puede que solo fueran supersticiones pero... Decían que pasaban cosas.
- Acabas de decir que no pasaba nada, aclárate.
- No pasaba nada del estilo de las leyendas que nos contaban para asustarnos. Pero decían que sus miradas y palabras tenían poder. Si miraban de mala manera a uno de tus animales, enfermaba. Si lo hacían con tus plantas, estas morían. Si te deseaban algo malo, te pasaba. Que yo sepa nunca llegó a morirse nadie, pero dicen que sí pasaban cosas.
- Por aquí siempre hemos tenido tradición de brujas y todo eso.- Marta asiente bastante convencida.
- Superstición. ¿Y qué pasó? Murieron ardidas o algo así, ¿no?
- No. Murieron de viejas, las dos el mismo día. La casa ardió un par de días después.
- Seguro que fue algún vecino tomando una venganza estúpida.
- Pues yo lo creo.- Todos miran a Manel sorprendidos.- Miradme cómo queráis, pero en mi casa siempre se creyó en estas cosas. Ya sabéis: habelas, hainas.
- Bah, pasó.- Isabel termina la cerveza y la deja en la mesa- Voy a mirar si encuentro la habitación oculta.
- Y yo voy al baño.- Manel se levanta con la torpeza de la bebida.
- Toma, llévate esto.- Marta le da una linterna y él la coge y agradece con un gesto de cabeza.
Manel
sube las escaleras apoyándose en las paredes que la rodean y
haciendo saltar la alarma del sensor. Intenta apagarlo y tarda tanto
que es Isabel quién decide hacerlo por él. Sigue subiendo y se
encuentra con el mismo problema al llegar al sensor del pasillo. Y
tras un largo minuto donde no deja de decir cosas como “soy yo, soy
yo”, “ahora lo apago” o “cállate maldito trasto, no soy un
fantasma”, logra apagarlo y llegar al baño. Cierra la puerta y
deja la linterna sobre el lavabo apuntando hacia el váter. Se
esfuerza por no hacer el desastre del borracho típico y lo logra con
un éxito parcial. Por pura inercia se planta ante el lavabo para
intentar lavarse las manos, pero claro, el agua no funciona. Tarda
unos segundos extra en reaccionar a ello, tarda unos segundos extra
en reaccionar a cualquier cosa. Levanta la mirada y ve su oscurecido
reflejo en el espejo, pero hay poca luz y se acerca más para verse
bien, la imagen que ve le hace retroceder con la luz en la mano. Lo
hace a más velocidad de la que su cuerpo es capaz de tolerar y
termina por caerse contra la puerta. Pero no pierde de vista el
espejo.
Se
levanta sintiéndose más valiente con la luz, al igual que un
troglodita con el fuego, y camina despacio hacia el espejo. Ahora
puede ver el reflejo que provoca con más claridad y su reacción es
no reaccionar. Solo es capaz de quedarse mirando con la linterna en
la mano. El hombre del reflejo es diferente, pero fuera de no ser él,
parece un hombre normal. Nada de ojos sangrantes, ni grandes cuernos,
ni una dentadura de infarto. Solo un hombre con unas prominentes
entradas, con una gran papada y la cara fofa en general. Pero Manel
nota algo extraño en él y se acerca un poco más. Observa los
detalles del rostro, mueve su cabeza a un lado y al otro, el otro
hombre hace lo mismo. Algo latente, el miedo que no se está
manifestando, se da cuenta de algo, el otro hombre es él mismo. Más
viejo y cambiado pero uno siempre se reconoce, aunque a veces cueste.
Es este descubrimiento lo que hace que reaccione e intenta gritar,
porque no se atreve a salir corriendo, no es capaz de apartar la
mirada. No sale sonido alguno de su boca. Entonces su otra versión
abre la boca y emite un gutural y fuerte grito.
- ¡Hey chicos! Hay una puerta tras el papel de la pared.Es la lo último que han escuchado Marta y Rodrigo antes de que el sensor de la entrada empezara a sonar. De eso hace casi un minuto y todavía sigue sonando, nadie se mueve para apagarlo. Al final logran recaudar el valor necesario para ir a la puerta de la entrada y como si lo hubieran hablado, ambos se levantan y salen de la cocina juntos y en silencio. El pasillo está vacío. Es Rodrigo el que apaga el sensor.
- ¿Dónde está Isa?
Él
no responde y avanza hacia ella, la pasa y sigue hasta plantarse ante
las escaleras. Mejor dicho, se planta ante la nueva puerta al lado de
las escaleras.
- Antes de la alarma dijo que había encontrado una puerta... ¿No?
- Creo que sí.- Marta duda si entrar tras su prima o no.- ¿Isa estás ahí dentro?- Nadie responde.
- Seguro que intenta darnos un susto.- Rodrigo no lo dice convencido.
- ¡¿Isa?!
- Tenéis que ver esto. Es increíble.- Por fin responde desde la oscuridad.
- Memos mal... Voy ahora.- Se gira para su compañero con la pregunta implícita.
- Yo iré arriba, hace tiempo que Manel fue al baño y está bastante bebido.
- Ahora nos vemos.- Sonríe con repentina timidad y él responde de la misma forma.
La
nueva puerta da a un largo pasillo que se pierde en la oscuridad. Y
tras un ligero vistazo Marta activa la linterna de su móvil y sigue
avanzando en busca de su prima. El suelo es de tierra y las paredes
parecen de piedra, al igual que el techo. Es frío. Avanza unos diez
metros y encuentra a su prima plantada a la entrada de un cuarto.
- ¿Qué haces aquí a oscuras?
- Mira, es increíble.
Sigue
la mirada de Isabel y ve que el cuarto no tiene puerta alguna, pero
no logra ver lo que hay dentro, solo oscuridad. Ilumina con el móvil
y ve docenas de raíces de todos los tamaños.
- ¡Tenías razón! Esto les va a encantar. Vamos a buscarlos.- Su prima no hace caso y avanza hasta entrar en la oscuridad.- ¿Isa?
Marta
entra tras ella y ahora ve todo incluso mejor. Las raíces salen del
techo y recorren todo el cuarto haciendo extrañas formas hasta
hundirse en el suelo. Algunas son de un grosor normal y otras tan
gruesas como ella, es algo que no había visto jamás. Pero no solo
hay raíces. Entre ellas también hay docenas de cadáveres de toda
clase de animales; puede ver varios perros, lobos, ratas, y hasta
cerdos, vacas y un caballo. Todos ellos a diferentes niveles de
descomposición y abrazados por las raíces como si fueran sus bebés.
Marta cubre su rostro por el olor y la repulsión que la imagen
genera en ella. Busca con la luz a su prima y la encuentra a pocos
metros, acariciando el cuerpo de un perro.
- ¿Qué demonios haces? Vámonos.
- Mira, es increíble.
Se
gira para mirar a Marta y no se da cuenta de que una raíz la agarra
por el brazo. Entonces otra raíz hace lo mismo pero agarrándola del
torso, y ambas tiran de ella hacía el resto de las raíces. Isabel
parece volver en sí y empieza a gritar. Marta hace lo mismo y corre
hacia ella intentando liberarla. Otra raíz intenta atraparla a ella
también pero esta retrocede esquivándola. Y el perro al que
acariciaba muerde a Isabel de la pierna y tira de ella. Él fue el
primero en hacerlo. Ante la mirada de Marta en un momento los
animales de entre las raíces se abalanzan y muerden por todas partes
a Isa. Hasta que entre gritos y sangre la arrastran al fondo de la
habitación. Es demasiado rápido para que Marta pueda hacer otra
cosa que no sea gritar y correr fuera de la habitación.
- ¿Manel estás bien?
Espera
tras la puerta una respuesta que no llega en ningún momento y decide
entrar. La linterna está tirada y no ve muy bien, pero no necesita
verlo todo para quedarse helado. Hay trozos de espejo por todo el
suelo y su amigo los está comiendo. Ni si inmuta con la llegada de
Rodrigo. Él continua cogiendo trozos de espejo y metiéndolos en su
boca como si de un manjar se tratase. Tiene el rostro destrozado por
los cristales y las manos llenas de sangre. Rodrigo no es capaz de
entender qué está pasando pero no se para a pensar, se abalanza
sobre su amigo y agarra sus manos para que deje de comer cristales.
- ¡¿Qué estás haciendo?! Detente, para.
Manel
sigue masticando como si no le importara el daño ni el dolor.
Forcejea para liberarse las manos y seguir con su labor, pero Rodrigo
lo agarra con fuerza. Sigue gritándole que se detenga, que deje de
hacerse eso, pero no lo escucha. Rodrigo está llenándose de la
sangre de su amigo y cada vez es más difícil agarrarlo, hasta que
una de sus manos le resbala. Manel agarra un cristal más grande que
los otros y lo mete con tanta fuerza en su boca que se destroza...
Cayendo muerto sobre Rodrigo.
Y
escucha el grito de abajo.
Temblando
y lleno de sangre sale corriendo. En parte por miedo, en parte por
preocupación, y en gran parte para alejarse de todo eso. Baja las
escaleras de dos en dos y cruza la nueva puerta, donde choca con
Marta y ambos caen al suelo. Al verse hay un segundo donde no saben
qué hacer al ver a otro ser humano y justo cuando por fin recuerdan
cómo hablar...
Unas
pisadas tan fuertes como si fueran sobre sus propias cráneos
resuenan desde el fondo de la oscuridad. Ambos miran en silencio y
aterrados como al fondo de este dos luces se encienden. Los pasos
siguen sonando cada vez con más intensidad hasta que duele
escucharlos y las luces van cogiendo forma, parecen dos candiles.
Todavía
no son capaces de ver qué está tras ellos, pero de nuevo actúan
sin necesidad de hablar entre ellos. Se levantan tambaleantes y salen
corriendo de la casa más rápido de lo que jamás lo hicieron.
Diego Alonso R.
No sería esa casa mi primera opción vacacional. Ni la segunda o tercera.
ResponderEliminarY creo que sería la mejor elección. ¡Un saludo!
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