Una historia lamentable


El cadáver de la bañera es el viejo general Álvarez. Él nunca fue general, ni tan siquiera militar, pero cierto fetiche le hizo obtener ese sobrenombre. El agua esta caliente y lista para una noche que no salió como debería, que se lo digan a Marta; la prostituta india que observa el cuerpo con los brazos cruzados.

¿Y ahora que mierda va a hacer?

La respuesta llega de la forma más sencilla, el sonido de la puerta abriéndose. Ya sabe lo que debe hacer; esconderse. Gira a la habitación más cercana, y piensa donde meterse mientras los pasos suenan cada vez más cerca. Está apunto de meterse en el armario, pero se da cuenta que ese siempre es el primer lugar donde miran, así que decide meterse en el segundo lugar; bajo la cama.

¡Me cago en la vida de dios! –grita la ladrona. Mientras su compañero llega rápido al baño.

¿Pero que te pasa? En un robo, la cosa es no hacer... –Entra en el baño y ve a su compañera con la espalda en la pared, y claro está, al muerto en la bañera–. ¡Me cago en Marx!

Juan, estamos en un robo, no puedes gritar de esa manera. –La mujer que lo reprende es la ladrona conocida por “Chutas”. No sé porque le pusieron ese nombre, pero es bajita y dispersa de mente.

Tienes razón, no debí gritar. Pero deja de llamarme así, cuando estamos trabajando me llamo Halcón. Los profesionales usan nombres en clave; y somos unos profesionales. – Este es Halcón, el otro integrante de la banda (solo son ellos dos), es bajito, gordo, y por algún motivo lleva un tupido bigote.

¿Y qué hacemos con esto? –Chutas señala al cadáver sin mirarlo directamente.

Pues no hacemos nada. Hasta podemos robar con calma, sabemos que el dueño no nos va a pillar. –Se ríe de su propia broma.

Bien visto. –Ignora la broma, o no la pilló, seguramente ni se dio cuenta.

Entran en el cuarto del viejo general y empiezan a buscar. Chutas revisa el armario mientras su compañero revisa los cajones. Y bajo la cama Marta piensa que no debió aceptar este trabajo. Así pasan unos minutos hasta que la ladrona encuentra al fondo del armario una lata verde con cerradura. Entre los dos la fuerzan y encuentran su ansiado premio, diez mil euros, el tesoro del viejo putero. Se abrazan emocionados hasta que escuchan un pitido proveniente de la cocina.

Dejan el tesoro sobre la cama y caminan con poca valentía hasta la cocina. Al llegar no encuentran a nadie esperándoles, solo el microondas que había terminado de calentar una ración de carne estofada. Respiran aliviados y ríen de su estúpido susto. Si fueran más atentos, se habrían dado cuenta antes de que hay dos copas de vino sobre la mesa, pero tardan demasiado en atar cabos. Cuando llegan a la conclusión de que hay alguien más en la casa corren al cuarto, pero claro, no encuentran a nadie.

Ni a su lata del tesoro, solo encuentran la puerta de la casa abierta.


En otra parte de la ciudad hay un pequeño restaurante. Y cuando digo pequeño, lo digo de verdad, no tiene espacio para más de cuatro mesas y en la cocina solo puede moverse una persona. Pero tiene buena comida.

Acaban de llegar nuevos clientes y esperan a que alguien les atienda. No tardan en conseguirlo.

Hola, ¿Sabe lo que van a pedir o les dejo un momento? –El camarero es al mismo tiempo cocinero y dueño del local. Es un hombre alto, amable y que mira demasiado al suelo.

Sí, ya sabemos lo que vamos a pedir. Que te sientes.

¿Perdón?

Siéntate. –Ante él tiene a una mujer rubia de metro noventa, espalda ancha, y una tupida barba. La cual tiene a cada lado de la mesa a dos reconocibles matones. No duda en sentarse.

Tienes un local muy bonito, es realmente acogedor.

Muchas gracias. –Guarda las manos bajo la mesa porque no deja de moverlas.

Voy a explicarte la situación. Me llamo Diana y tengo un pequeño problema en el que vas a ayudarme. Resulta que hice un préstamo a tu mujer y este acogedor restaurante es el aval, pero el tiempo de pago a expirado, así que ahora esto es mío. –Se recuesta sobre la silla satisfecha.

Perdone, pero debe haber alguna clase de error...

¿Este es el “Monday´s”?

Sí pero...- Le corta.

¿Y estás casado con una india bajita y guapa llamada Marta?

Sí. –Acaba de darse cuenta que no es un error.

Pues entonces estamos en el sitio correcto.

Pero no puede quitarme mi local, debe haber algo que pueda hacer yo. –Al escucharlo la prestamista sonríe como la tiburón que es.

Bueno, si te haces cargo de la deuda el restaurante podría seguir siendo tuyo.

Está bien, ¿Cuánto es la deuda?

No mucho, cinco mil euros. –La cara del hombre se congela como un nudista en la Antártida.

¿Cinco mil euros? Eso es...- Antes de que termine la mujer se levanta.

Tienes esta noche, después el restaurante es mío. Un placer hablar contigo. –Deja una tarjeta sobre su mesa y se marcha charlando con sus dos acompañantes.

Esperó durante diez minutos sin levantarse. Pensando que esto no puede ser verdad, que estas cosas no le suceden a personas como él ¿Su mujer pidió un préstamo a una prestamista (obviamente ilegal) sin decirle nada? ¿Y encima usó su restaurante como aval? Ojalá fuera una maldita broma. Pero no lo es, así que debe aceptarlo tan rápido como pueda; más que nada, porque no tiene los cinco mil euros. Decide cerrar el restaurante para ir a casa. T iene una conversación pendiente con su pareja.

De camino a casa la estuvo llamando por teléfono pero no hizo otra cosa que comunicar. Entra en su hogar llamándola pero nadie le responde; la casa está vacía. Y lo que es peor, la ropa de Marta no está en el armario. Se sienta sobre la cama y llora un par de minutos. Por mucho que le cueste entender el motivo, está claro que su mujer lo ha dejado, y con una deuda sobre su espalda. Y para eliminar toda duda al respecto esta dejó una nota para él.

Yo que tú hacía las maletas.

PD: Te dejo”


Se alegra cuando ve a su amigo Julio entrar por la puerta del bar. Es la persona a la que siempre se debe recurrir cuando tienes un problema, como el detective alcohólico que salva la situación en el cine negro. Julio se sienta a la mesa mirando con mala cara el café de su compañero. Se nota que se esfuerza por mantenerse en forma, pero incluso así está por debajo del bebedor de café. Se dan un sudoroso apretón de manos y pide una cerveza a la camarera.

Cuéntame entonces, por teléfono parecías algo preocupado.

No me gusta tener que hacer esto pero, ¿Podrías dejarme algo de dinero? Es para una emergencia.- Baja la mirada sumisamente.

¿De cuánto estamos hablando?

Pues de cinco mil euros.

¿Cinco mil euros? Debes estar de broma. No tengo ese dinero, el negocio de venta de cajas fuertes ya no da como antes, hasta tenía pensando pedirte algo yo a ti. –Ve la cara de angustia de su amigo y parece preocuparse un tanto, o al menos lo finge bien–. Pero dime ¿Para que necesitas tanto dinero?

No vas a creerme pero, Marta pidió dinero a una prestamista ilegal, y al no pagar ahora la deuda recae sobre mí. O lo pago esta noche, o pierdo el local. Y no parece la clase de gente que está dispuesta a negociar mucho.

Joder, pues sí que estás en un lío. Siento no poder hacer nada.

Y esa no es la peor parte. –Llega la camarera con la cerveza y la conversación se frena mientras hace su trabajo–. Me ha abandonado, con una misera nota. Y he descubierto que trabajaba de prostituta. Es demasiado para una noche.

Ah ¿No lo sabías? –Iba a beber pero se frena al escuchar la pregunta de Julio.

Claro que no ¿Tú lo sabías?

Sí claro. Pero no te preocupes, solo la contraté una vez. Ya sabes, para asegurarme que era verdad –dice esto sin mirarle a la cara, mientras le da un sorbo a su cerveza.

¿Qué hiciste qué? ¿Y cómo no me dijiste nada? –Habla como si estuviera gritando, pero manteniendo un tono de voz intermedio.

Sabes que yo siempre apoyo los pequeños negocios. Y no podía decirte nada, eso sería meterme en medio de una relación, los amigos no hacen esas cosas ¿Qué clase de persona sería entonces? Un metiche, y yo no me inmiscuyo en cosas ajenas. –Lo recita todo con la tranquilidad del que dice el tiempo.

Pero... –Julio lo interrumpe antes de que pueda terminar la frase.

Nada, nada. No hace falta que me lo agradezcas, ahora lo importante es conseguir el dinero. Y debo decirte que tengo una idea que llevo tiempo pensando... –Se acerca mientras deja la frase descosida.


La calle está tranquila a excepción de una ruidosa pareja, que avanza en discusión, decidiendo el culpable y buscando algo que comer.

Se suponía que tú deberías haberte quedado vigilando el dinero. Así que es culpa tuya. Está claro. –Juan enfatiza cada frase con un movimiento acusatorio de su dedo índice.

¿Quedarme yo al lado del cadáver? Sí hombre, espera por eso.

Pues claro que tenías que tenías que quedarte. Y no era al lado del cadáver, era en la habitación de al lado; por dios ¿Qué te crees que iba a pasarte? Un muerto no hace nada.

Eso díselo a Romero. Yo no me quedo cerca de un cadáver ni muerta; y punto. Además, la culpa es de quien se llevó el dinero.

No deberías ver más películas de zombies, en serio te lo digo. Pero en eso tienes razón, si no nos hubieran robado todo estaría bien ¿Es que ya no se respeta nada? Uno no puede robar tranquilo. –Aprieta los puños con mala leche.

Tranquilo Juan, no te preocupes, algo conseguiremos. –Chutas le consuela pasando un brazo sobre sus hombros.

Eso espero. Entremos a comer algo.

No hay mucha clientela, pero no vienen a este local por eso, vienen porque la comida es barata y rica. Atraviesan el local y se sientan en su mesa de siempre; junto a la ventana. La camarera los atiende rápido, un café y una porción de tarta de chocolate para él, y otro café con tortitas para ella. Hablan de un par de trivialidades mientras esperan la comida y es gracias a la llegada de esta que guardan silencio. Lo habitual, lo que hace la mayoría, es frenar la conversación cuando el camarero aparece con tu comanda, y a su marcha continuar. Pero ellos dos tardaron unos segundos más de lo común en retomar las palabras de nuevo, unos segundos de silencio que les permitieron escuchar la conversación de los dos hombres sentados tras ellos.

¿Cómo vamos a robar a un pobre viejo?

De pobre nada. Es un legionario retirado que no ha gastado más de lo justo en su vida. El hijo de puta me compró la caja más vieja y cutre que tenía, hasta se quedó con una de segunda mano para gastarse menos; y sé que podía comprarse una buena.

No sé Julio, es demasiado arriesgado.

Venga, estoy seguro que no ha cambiado la combinación. Solo tenemos que entrar y...

En eso momento Chutas y Halcón se miran entre ellos pensando lo mismo. Se levantan con sus respectivos platos y se sientan a la mesa, una al lado de cada desconocido.

¡Hey! ¿Qué hacéis? –Julio es el que reacciona, estaba claro.

Ayudaros querido amigo. Hemos oído que planeáis un robo y somos lo que necesitáis. Es muy arriesgado para un par de novatos realizar semejante tarea ellos solos. –Ambos hombres se miran con los ojos muy abiertos, los han escuchado.

Perdonen, creo que se han confundido. Nosotros no... –El endeudado intenta desviar el problema pero Juan lo calla con brazo sobre sus hombros.

Tranquilo amigo, somos del gremio, no os vamos a delatar. Pero en un robo pueden surgir muchos problemas y nosotros os los podemos arreglar. Somos unos profesionales. –Siente que eso es suficiente para convencerlos–. Bien, ahora hablemos de porcentajes.


El salón está a oscuras y cuatro alientos se mezclan para formar algo similar al miedo. La recién formada cuadrilla de ladrones han decidido entrar a robar en casa del legionario, está claro que no fue su mejor idea. Para empezar, el sistema de entrada de “los profesionales” no fue otro que romper una ventana, para que Chutas se colara y les abriera la puerta. Tuvieron suerte de que la casa no disponga de alarma. Encontraron la habitación de la caja fuerte y todo iba bien pero, entonces apareció el cerdo, y todo se jodió. Sí, has leído bien. Un cerdo normal, del tamaño de uno Vietnamita, apareció haciendo ruido y mordiendo los tobillos de todo el que estuviera en su radio de ataque.

Esto no parece muy peligroso, entre los cuatro podrían detenerlo. El problema recae en que el viejo legionario estaba en casa y el ruido lo atrajo. En primera instancia impresiona. Un hombre con más canas que pelo, con arrugas intensas, una altura prominente, y con unos brazos dignos de un herrero medieval. Entro en la habitación lanzando a Julio contra la pared. Y tras dispersarse y correr como gallinas en la visita del zorro; terminaron los cuatro en el salón, ocultos tras el sofá.

¿Creéis que podremos llegar a la salida sin que nos vea? –dijo el endeudado.

Shh, el viejo escucha muy bien.- Una orden directa de Halcón.

Pues yo creo que entre los cuatro le podemos reventar. –Todos miran a Chutas y regresan la mirada a sus respectivos puestos.

La luz del salón se enciende y solo habla la tensión. Julio aprieta la bolsa del dinero contra su pecho. El viejo está en medio del salón, observando a su alrededor y pensando en los escondites posibles. Se decanta por la provocación, o el aviso, depende del punto de vista.

Más os vale salir y darme mi dinero o acabareis enterrados.

Unas palabras directas y sinceras que hacen que todos crucen rápidas miradas. Ninguno quiere moverse, ninguno se atreve a moverse. Y entonces sucede lo inesperado, el Halcón se levanta.

Bien, aquí estoy viejo.

Oh, parece que uno lo ha entendido. Bien, dame mi dinero y solo te partiré un brazo. Vamos. –Halcón avanza hacía el viejo decidido mientras todos se miran con los ojos agigantados.

Soy un ladrón, soy un profesional, y no voy a aceptar ordenes de un viej... –Una hostia con la mano abierta aterriza sobre su cara, haciendo que hinque una rodilla, y que deje de hablar.

Esto debería ser el inicio de una tremenda paliza y de cuatro nuevas tumbas. Pero desde una posición inferior, Halcón lanzo un golpe ascendente que impactó en la entrepierna del viejo; dicho de otro modo, le pego en los huevos. Y este se arrodillo con las manos sujetándose y el aliento escapando de los pulmones.

¡Vamos! ¡Todo el mundo fuera!

Esa es la señal que todos acatan. Salen corriendo y escapan por la puerta con el dinero antes de que el legionario se levante. No dejan de correr hasta estar a una distancia un poco segura, dos calles de distancia. Hacen un pequeño círculo en la entrada de un callejón he intentan recupera juntos el aliento por la carrera.

¡Joder! Eso ha sido increíble ¿Verdad? –Chutas le da con el codo al deudor que la mira sorprendido.

Sí, jamás había hecho algo así ¿Siempre termina todo así?

No siempre, a veces es peor, ¿Tienes el dinero? –Juan mira a Julio con expectativas de un sí.

Lo tengo. –Muestra la bolsa y todos se empiezan a reír destensando.

¿Oink?

Las risas continúan mientras las miras descienden y se topan con el cerdo. Claro, ninguno de los cuatro cerró la puerta tras salir corriendo. Y tras una ligeramente acalorada discusión sobre que hacer con el cerdo, donde se barajaban las opciones de dejarlo libre, hacer un asado, vendarle los ojos y salir corriendo; terminó por ganar la opción de llevárselo. Así que repartieron los veinti mil euros en cuatro partes y se separaron.

Nuestro sufrido protagonista sale directo a la dirección de la tarjeta. Ha pasado la situación más surrealista de toda su vida y ahora tiene el dinero; y un cerdo.

El local de la prestamista esta en una segunda planta sobre una discoteca (que hoy está cerrada). Llama al timbre y le abren sin preguntar por su identidad. Las escaleras y el interior del edificio no tiene nada distintivo. Y entonces llega a la puerta y es abierta por un hombre que bien podría ser un muro de carga. Recorre tras él un par de pasillos y entran en el despacho. Está decorado de una manera muy sencilla, con muebles que encajarían en el Ikea, pero en este lugar generan una ambientación que no te hace dudar de todo lo que se diga. Se cierra la puerta tras él, el muro de carga lo adelante por su izquierda, y se coloca tras Diana en su mesa.

No me esperaba que llegaras tan pronto ¿Vienes a pedir más tiempo? –Bonito detalle que ignore el cerdo bajo su brazo.

No, vengo a pagarte. –Se nota la sorpresa en el rostro de Diana.

¿En serio? No estoy acostumbrada a que lo hagáis tan rápido. Acércate entonces. –Nuestro cerdero se acerca obediente.

Está todo. –Deja el sobre con los cinco mil euros sobre la mesa. Diana lo cuenta con la comodidad de la rutina y asiente al terminar.

Bien, el pago está hecho. Así que el local todavía te pertenece; ha sido un placer. –Respira aliviado al escuchar esas palabras, de algún modo lo ha logrado, todavía no está pensando en todo lo que ha pasado.

Gracias. Entonces, ¿Puedo irme?

Claro, pero antes tengo que preguntarlo ¿Por qué llevas un cerdo bajo el brazo? –Ha tardo en llegar a eso, pero era inevitable.

Hemos cometido un pequeño robo y... Bueno, este cerdo estaba en la casa y nos siguió. No podía hacerle daño, ni volver...

Y te lo quedaste. Increíble. Pero tengo mi dinero, no voy a quejarme por los detalles. –Se levanta y mientras camina hacía él–. Si necesitas cualquier cosa, puedes volver en el futuro. –En el espacio entre esta frase y la respuesta la puerta del despacho es derribada.

¡Aquí estáis! –Es el viejo legionario. Lo ha encontrado.

¿Quién eres tú para entrar así en mi despacho? –El tono no encaja con el volumen.

Es el viejo al que robamos. –Lo susurra para que su voz no se expanda demasiado.

¡Tú! Sucia rata, tú me has robado.

Lo siento, pero el joven ya no tiene tu dinero. Lo ha usado para pagarme una deuda, así que siento decirte que lo has perdido, pero todavía puedes recuperar al cerdo.--Algo en sus formas recuerdan a una amenaza. El hombre la mira a ella y a todo el mundo, los dos matones tras la mesa parecen tensos como perros de presa.

Entonces tú tienes mi dinero. Bien, dámelo o te lo quitaré yo mismo. El cerdo podéis coméroslo. –El ya no endeudado aprieta al pequeño animal contra su pecho.

Parece que no lo entiendes, ese dinero ya no es tuyo. –Pone énfasis en el “no”.

Tú no va a decirme que es mío y que no. Y no te creas que esos dos mierdas que te acompañan podrán evitar que te pise la cabeza. Desviado. –Escupe en la última palabra y crece una vena en la frente de Diana.

Suficiente.

Se acerca hacía el legionario que lo mira con aire de curiosidad y desprecio. Entonces un rápido puñetazo le gira la cabeza, si llega a recibirlo alguien con la testa menos dura, estaría de camino a la morgue. El amigo del cerdo mira a los matones esperando una gran reacción, pero estos no hacen más que mirar la escena con aburrimiento, y al notar que los mira, le hacen un amable gesto para que se vaya. El agarra bien a su cerdo y se marcha. Lo último que se ve antes de cerrar la puerta es a Diana realizando un suplex sobre la mesa.


Llega a su humilde morado y deja al cerdo en el suelo. Pronto se pone a inspeccionar el que será su nuevo hogar. Mientras tanto el amo del lugar llena una taza de leche fría, coge un paquete abierto de galletas (de chocolate por supuesto) y se sienta en el sofá. Enciende la televisión y es tarde, no encuentra nada más que el programa de una adivina.

Mientras marca el número de teléfono que aparece en pantalla el cerdo se sube al sofá y se tumba a su lado, parece que lo acepta como su nuevo amigo, su primer amigo en realidad. Tras varios toques lo pasan con una operadora y de ahí entra en directo.

Muy buenas noches alma perdida, dime ¿Cómo te llamas?

Mi nombre es Ulises.



 Diego Alonso R.

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