Muchas
historias empiezan tras un cambio de escenario. Cuando su
protagonista se encuentra de golpe en un lugar desconocido, amparado
de toda información relevante y con la única meta de sorprendernos.
Otras tantas comienzan con la narración de su gran o mediocre
muerte, y continúan en adelante, o saltan a su pasado. Pero siento
decepcionaros; mi narración tiene un inicio mucho más sencillo:
acabo de dormirme tras el sexo.
Esto
no parece un gran problema en su origen, si no fuera, porque entro en
mi mundo onírico. Y cómo las últimas dos semanas termino en el
mismo lugar. Ante la puerta. La puerta con la que siempre sueño. De
madera blanca y decorada, por cuyos bordes penetran varias y finas
enredaderas, que se extienden dos metros en todas direcciones desde
esta misma. En el resto de la habitación no hay nada más a parte de
mí y la cama.
Siempre
sucede lo mismo, suenan tres golpes en la puerta y yo no abro, tras
un rato vuelven a sonar y yo vuelvo a ignorarlos... Y así hasta que
me despierto. Sí, sé que tengo un sueño un tanto mediocre. Y
también sé muy bien que mi cobardía roza la estupidez, es un sueño
y no puede pasarme nada por abrir una puerta pero, creo que si la
abro no me despertaré.
Toc,
toc, toc.
Y
ahí están. Los ignoro y sigo tumbado en el suelo, esperando a que
el sueño se termine y recordando lo último que vi antes de cerrar
los ojos. Su rostro, perfilado por las sombras del cuarto, con uno de
sus mechones negros pegados por el sudor, y con la boca ligeramente
abierta exhalando un aliento que deseo. Soy capaz de formar una
imagen que casi puede ser real.
Toc,
toc, toc.
Me
giro para dar la espalda a la puerta. Ha roto la imagen del rostro
que tanto me ha costado formar. Escucho un cuarto golpe y detengo
todo proceso mental que no sea fruto del miedo. Puede parecer una
tontería, que este nuevo miedo viene de la nada, pero acaba de dar
un cuarto golpe. Nunca da más de tres. Nunca da un cuarto. Me giro
con la lentitud del que espera algo. No hay nada, la puerta sigue
igual, cerrada.
Me
levanto y acerco hasta ella sin tener ningún plan. La madera bajo
mis pies está caliente y cruje en algunos puntos. Me planto ante la
puerta con la cabeza ladeada, esperando algo que desconozco, pero por
supuesto no sucede nada.
La
curiosidad debate con el miedo si abrirla o regresar al suelo. Y
cuanto el testarudo miedo se distrae, la joven curiosidad acelera, lo
esquiva, y me hace abrir la puerta sin pensar en nada más.
Ningún
extraño ser se abalanza sobre mí para matarme y hacer que me
despierte. Solo se extiende un largo pasillo poblado por la
naturaleza. Enredaderas y maleza lo invaden todo, y hasta hay varios
árboles, girando de un modo imposible entre las paredes y el techo.
Decido entrar, o salir, depende desde que punto quieras razonarlo.
Pero el hecho es que abandono la habitación para entrar en el
pasillo. No es que de pronto me haya vuelto valiente, es solo por un
sencillo pensamiento “si hay un golpe más es que las cosas pueden
cambiar; el cuarto no es seguro”, y si no es seguro ¿Para qué voy
a quedarme en él? Por eso decido avanzar, entre otras cosas.
El
suelo está formado en su mayoría por hierba y troncos. Y tras mucho
caminar me doy cuenta de un estúpido detalle, en el pasillo hay una
luz amarillenta y tenue que lo ilumina todo, pero no veo que salga de
ningún lado. La luz está en el pasillo sin origen alguno. Siento mi
propio pulso en el cuello y me volteo para ver la puerta; no está.
Llevo largo rato caminando pero la puerta debería seguir en el mismo
sitio, a lo lejos, pero en el mismo sitio. Pero por suerte para mi
cordura soluciono el problema rápido. No es que la puerta haya
desaparecido, es que el pasillo tiene curvas. Me siento en el suelo
para tranquilizarme y decidir si continuar o dar la vuelta.
Hasta
el momento no me ha pasado nada, ni me he encontrado con nada
extraño, realmente no tengo un motivo fuera del miedo para dar la
vuelta. Pero no debemos subestimar el miedo, él hace que sigamos
vivos.
También
es cierto que hasta el momento nunca había llegado tan lejos en el
sueño y puede que nunca más reúna la estupidez suficiente como
para hacerlo de nuevo. Sí, mi vida parece regirse por estupidez y
miedo. Me levanto y sigo avanzando.
Después
de lo que podrían haber sido horas caminando he llegado al final. O
al menos a otro punto importante. El pasillo termina en una enorme
puerta doble. Está decorada de tal forma que bien podría ser la
entrada al salón de baile de una antigua familia real. Pero también
parece estar pintada a toda prisa de un sencillo amarillo. Da la
sensación que fue terminada a toda prisa para poder marcharse, pero
nadie la terminó, todo es fruto de mi subconsciente. Apoyo una mano
en cada pomo y espero. Respiro profundamente y luego retengo el aire
en mis pulmones, en silencio, esperando cómo un sicario por su
víctima.
Toc,
toc, toc.
Abro
las puertas y sigo sin encontrar al culpable de los golpes. Al primer
paso que doy noto que el suelo está mojado, pero ya he llegado hasta
aquí, por lo que el agua no va a ahuyentarme. Está caliente y
apenas sube de mis tobillos. El cuarto es inmenso y parece circular,
pero no puedo asegurarlo, ya que la única luz es la lunar, que entra
por el espacio vacío que está en lugar del techo. Las paredes
parecen ser pulcras y lisas, pero no me fijo mucho más en el
ambiente, ya que ante mí hay un inmenso espejo. Es ovalado y sin
marco, de semejante tamaño que solo la altura puede alcanzar un
tercer piso, y el ancho suficiente para que me sofoque si corriera de
una punta a otra. Continuo avanzando sin apartar la vista del frente,
ignorando mi bello erizado, forzándome para alcanzar el final. Todo
mi miedo sale a flote cuando alcanzo un desnivel justo frente al
espejo, pero al calmarme, noto que en realidad el agua apenas pasa de
mi cintura.
Alcanzo
la seca plataforma donde se mantiene impoluto el espejo y pienso por
última vez si dar la vuelta y huir. El agua empieza a iluminarse de
un amarillo intenso que me ciega y hace tomar la decisión; subo a la
plataforma sofocado por el susto. Me acerco gateando al borde de la
plataforma y observo el agua. Parece ser normal fuera del brillo
antinatural que desprende; aunque es un poco estúpido decidir que es
natural y lo que no dentro de un sueño. Me atrevo a hundir la mano
y, en efecto, todo sigue igual. Mi bello se eriza antes de que mi
mente escuche los pasos a mi espalda.
Me
giro consciente de la cercanía del final.
Está
en el espejo.
Algo
se mueve dentro de él, se acerca desde la lejanía, con un paso
seguro y calmado. Me mantengo sentado en el suelo esperando su
llegada, esto es más de lo que mi miedo puede tratar, es un milagro
que mi cuerpo recuerde como respirar. Al recortar la distancia
entiendo algo: la lejanía había ocultado su tamaño. Se planta al
límite que el cristal parece imponerle, y erguido sobre su
envergadura, me observa y tiemblo.
Es
un gigante. Está desnudo y casi parece una mera versión ampliada de
la humanidad, si no fuera porque donde deberían estar los hombros,
tiene uno extra por cada lado; obteniendo un segundo par de brazos
que esconde a su espalda. Y sobre su perfilado rostro, de entre su
pelo negro azabache, se extienden dos cuernos de macho cabrio.
- ¿A qué esperas? - Sus palabras humedecen el espejo desde el interior. Y mi temor aumenta al notar que sus palabras me han excitado.
- ¿Yo?… - Suerte que recuerdo cómo hablar; más o menos.
- ¿Acaso ves a alguien más? Acércate de una vez.- Obedezco y me acerco, entonces se pone de cuclillas para reducir nuestra distancia- Bien, ahora toca el espejo y libérame antes de que ella despierte.- Me sorprendo obedeciendo y tengo que agarrar mi mano derecha con la izquierda.
- Contrólate, esto no es real...
- ¿Qué no es real? - Estalla en una carcajada que hace vibrar la plataforma bajo mis pies- Si eso es lo que crees adelante, toca el espejo.
- No. No puede se real, no es real, pero no puedo hacerlo. Si lo hago creo que...
- Que saldré de verdad. Curioso, pareces no recordarme pero hay algo que te advierte.- Creo me sonríe pero intento no mirarlo. Sé que esto es un puñetero sueño, pero entiendo que este miedo es más que una ilusión, es un recordatorio de algo que no recuerdo.
- ¿Quien eres? - Mi boca se seca en la última letra.
- Soy el ser que creaste de niño. El que te ayudó a escapar de todo. Tu futuro. El ser al que llamaste Nesosia.
El
nombre, el miedo, la sangre, el alivio, la libertad.
Lo
recuerdo todo y sé lo que quiere; pero no puedo dárselo. Reúno las
fuerzas para mirarlo a la cara y ambos sonreímos conscientes de que
nos conocemos. Me volteo y corro hacía el agua. Salto con el sonido
de sus golpes contra el cristal a mi espalda. Me despierto. Sigo en
la cama, con ella ante mis ojos; con lágrimas en los míos. Acaricio
su rostro y le susurro para creérmelo.
- No dejaré que termine contigo también.
Diego Alonso R.
Todos tenemos un Nesosia por lo que veo en tu interesante historia. Es curioso lo del espejo y el gigantismo que de por sí representa al futuro pues este es un compendio de toda nuestra vida.
ResponderEliminarSaludos!
Gracias por leer y cierto que todos tenemos algo que temer en nosotros, ¡un saludo!
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