Mucha
gente tiene que madrugar para abrir los primeros establecimientos del
día, pero poseen un habilidad única para no cruzarse entre ellos.
Gracias a esta habilidad, una mujer cruza la desierta calle, en busca
de su coche. Va vestida con una llamativa chupa de cuero y unas
ojeras dignas de una trasnochadora. Camina desganada porque sabe que
una vez que encuentre su coche, la espera un viaje de poco más de
una hora para abrir un vulgar supermercado. Una de tantas sucursales
que a día de hoy ya desprecia. Como ya se esperaba lo encuentra
aparcado donde siempre, entre una tienda de electrodomésticos y un
veinticuatro horas cerrado. Se detiene ante su viejo Seat Ibiza azul
y se quita la mochila para buscar las llaves. Le parece escuchar la
puerta de un coche cerrándose y se voltea justo a tiempo para ver a
un hombre abalanzarse sobre ella. La sostiene contra su propio coche,
y con una mano la fuerza a respirar a través de una mascarilla.
Logra golpearlo una vez pero pierde el conocimiento antes de hacerlo
una segunda.
Despierta
con la boca seca. Hay un ritmo de fondo y siente la cabeza pesada. Su
visión tarde varios segundos en centrarse y casi prefiere que no lo
hiciera. Ante ella está sentado el hombre que la atacó. Ahora puede
verlo bien; es un hombre alto y corpulento, de unos treinta años,
con la camisa sudada y un tupido bigote negro. Se asusta y al
intentar huir se da cuenta de la peor parte, la ha colgado de las
muñecas obligándola a mantenerse de puntillas, y además está en
ropa interior. Grita pidiendo auxilio mientras observa todo a su
alrededor, con la esperanza de ver algo conocido, de descubrir donde
está o que alguien la escuche. Lo único que sabe es que parece
estar en las oficinas de una fabrica en desuso, lo cual no genera
muchas esperanzas de ser escuchada. Cuando el hombre se pone en pie
se calla, tensa. Nota que el ritmo de antes es una canción, “Still
loving you” de Scorpions. Su cautor sube el volumen de la música y
coge una manguera. La mujer intenta pensar, los efectos del somnífero
todavía le afectan. No tiene idea alguna de quien es o de donde
está, pero debe hacer algo.
- No sé que quieres de mí, pero por favor, suéltame.- El hombre la ignora mientras desenreda la manguera.
- Tengo dinero ahorrado, no es mucho pero te lo puedo dar todo. Por favor...- Parece que sigue sin surgir efecto. Pero no tiene idea de que decir ¿Cómo se supone que debes actuar en estos casos? Ni siquiera sabe que quiere.
- Escucha...- Es interrumpida por el chorro de la manguera sobre su rostro.
La moja
a conciencia, asegurándose que queda empapada. No es que la presión
del agua le haga daño, solo es agua fría, pero surge un extraño
efecto. Ante un desconocido, colgada por las manos y sin saber que
sucederá, el hecho de que lo primero que haga sea mojarla le rompe
todos los esquemas.
- ¿Qué quieres?- Es la primera vez que su secuestrador habla.
- Que me dejes ir, no diré nada.- Se echa hacía adelante tanto como la cuerda se lo permite.
El
hombre la ignora y saca de la mochila unas largas vendas negras, con
las que se venda las manos. Camina hacía ella y se para a menos de
un paso. Extiende su mano derecha y con sus dedos roza el costado de
la mujer. Ese simple gesto hace que su mentalidad cambie y lo mire de
forma distinta. La mirada perdida y asustada es sustituida por una
dura y firme. No sabe como, pero no va a permitir que la toque.
Mantienen la mirada unos largos segundos y es golpeada en el costado.
El hombre sabe como poner peso en sus golpes y apenas la balancea.
Otro golpe en el estómago le quita el aire, y antes de que lo
recupere, uno en su costado izquierdo le humedece los ojos. Intenta
hablar, pedirle que pare, gritarle que lo matará cuando se suelte;
pero apenas puede concentrarse en respirar. Tras la tercera oleada se
detiene, la vuelve a mojar, y se marcha.
Cuando
regresa de la semi-inconsciencia nota que está sola. Tiembla y no
puede evitar respirar en grandes bocanadas. No sabe cuanto tardará
en regresar así que debe hacer algo rápido. Está claro que no
reconoce nada del lugar. Además, si vas a torturar a alguien lo
llevas donde nadie pueda escucharlo, así que gritar es inútil.
Dicho de otro modo, tendrá que salvarse sola. Levanta la mirada para
ver si hay manera alguna de soltarse y no lo parece, tiene ambas
manos atadas con un gruesa cuerda y está colgada de una sólida
viga. El suelo está sucio, lleno de papeles, carpetas y demás
material de oficina. Intenta buscar con los pies algún objeto entre
los papeles de su alrededor y nota varias punzadas de dolor por todo
el cuerpo. Se detiene al darse cuenta que es un gesto inútil. Aunque
encontrase algún objeto ¿Qué haría? ¿Va a cogerlo con los pies y
lanzarlo para que caiga exactamente sobre sus manos, como en el cine
de acción? Está claro que no, su única opción es convencerlo para
que la suelte. No está segura de cuanto tiempo lleva fuera, pero al
menos la canción ya ha sonado diez veces y está empezando a
cansarla, no le deja pensar con claridad. Su cautor solo habló una
vez “¿Qué quieres?”, es demasiado ambiguo pero no parece haber
otro camino.
Lo ve
entrar de nuevo y ahora cree estar preparada, no le gusta la idea de
repetir el proceso anterior, pero al menos intentará conseguir saber
algo más. Vuelve a mojarla y en esta ocasión no se mantiene en
silencio.
- Si concretas un poco más puedo responder a tus preguntas.- Sigue mojándola con una parsimonia casi admirable, ignorando toda palabra.
- ¿Quieres saber que quiero ahora? Pues tengo frío y me duele todo. Me gustaría sentarme un poco, abrigarme.- Ese no debe ser el camino porque él está vendándose de nuevo.
- ¡Guíame un poco! Joder, dime algo ¿Qué quiero? Quiero largarme de aquí y volver a mi vida de mierda, ¿Te vale?- Su respuesta es un golpe al mentón.
El
metálico sabor llena su boca y lo escupe sin querer al recibir el
siguiente golpe. Ha manchado al hombre y no parece importarle ni
enfurecerlo, el sigue manteniendo su ritmo, soltando combinaciones
sobre el cuerpo de la mujer. En el último impacto suena un crujido y
ella grita como no había hecho hasta el momento. Eso no detiene el
proceso, pero ahora no puede evitar gritar a cada golpe. Hasta que
termina la ronda, la vuelve a mojar y se marcha.
Tras un
rato más que considerable a oscuras, colgada y tiritando vuelve a
estar acompañada. Ve como enciende un candil a gas y eso no la
tranquiliza, parece que el final no está para nada cerca. Y lo peor
de todo es que no ha podido aprovechar el tiempo, no fue capaz de
pensar ninguna respuesta. Solo está deseando que apague la maldita
música. Y parece que la ha entendido de algún modo imposible,
porque aunque no la apaga, sí baja el volumen. Coloca una silla tras
ella y da más margen a la cuerda para que pueda sentarse. Le duele
al hacerlo y termina por apoyarse en el respaldo. Ve como el
secuestrador coge una silla, una mochila y se sienta ante ella. Deja
que le aparte el pelo y se acerque a su rostro. Entonces la mujer,
usando todo el peso de su cuerpo, da un cabezazo sobre la nariz del
hombre. Ambos sueltan un grito de dolor, por diferentes razones. La
sangre brota de la nariz del secuestrador, está rota.
- ¡Que te den a ti y a tu estúpida pregunta! Ya no lo soporto más, suéltame. Suéltame o eso no será lo único que te haga.
Mientras
ella grita desesperada y furiosa, él saca pausadamente un pañuelo
de la mochila, se recoloca la nariz y se limpia la sangre. Vuelve a
sacar algo de la mochila, una botella de agua. Le agarra la cabeza a
la joven, y esta deja de gritar al momento para poder beber. Pocas
cosas ha agradecido tanto en su vida como ese misero líquido. Vuelve
a estar más calmada, observando con detalle los movimientos del
hombre. Primero limpia los cortes provocados por los golpes, con
gasas y agua oxigenada. Luego palpa su costado derecho, buscando
alguna fractura.
- No te entiendo.- Busca la vista del hombre, pero este sigue a lo suyo- Me secuestras, me haces una estúpida pregunta, me torturas, ¿Y ahora me curas? -Pone una fina manta sobre sus tiritantes hombros.
- ¿Qué quieres? - Vuelve a hablar de nuevo. La misma maldita frase. Ella se pone tensa.
- Quiero...- Piensa tan rápido como puede pero no encuentra respuesta. Ha aguantado mucho, es fuerte, pero las lágrimas terminan por salir.
- Quiero...- El llanto le impide continuar mientras el hombre espera paciente.
- No lo sé. Tengo una vida de mierda ¿Vale? Me mudé buscando oportunidades y terminé en un trabajo que odio. No creo ni que haya alguien preocupado por mi ahora. Ni siquiera sé porque has secuestrado a alguien como yo. Solo termina ya.
Recoge
todo metódicamente, vuelve a subir la música, tensar más la
cuerda, la moja y se venda. Por alguna razón el ritmo de los golpes
cambia, ya no son oleadas, más bien golpes aislados e intermitentes.
La mujer ya no reacciona, parece rendida. Mira al techo, está roto y
puede ver el cielo por un amplio agujero. Deben de estar lejos de
todo para que esté así de estrellado. Las estrellas le recuerdan a
su infancia. Solía ir a casa de sus abuelos, en la aldea, y por la
noche salia al porche con su abuelo a ver las estrellas mientras se
inventaban cuentos. Le encantaba inventarse historias, hasta soñó
en algún momento con ser escritora. Un golpe la devuelve a la
realidad y tose con fuerza.
- Quiero cumplir mi sueño de niña. Quiero ser escritora.- No sabe porque lo ha dicho, pero el hombre frena y la mira. Parece que hay una sonrisa oculta tras sus labios.
- ¿Qué quieres?- Le pregunta.
- Ser escritora.- Recibe un golpe al estómago y aprieta los dientes.
- ¿Qué quieres?- Esta vez hace la pregunta más despacio, ladeando la cabeza.
- ¿Quiere saber por qué quiero ser escritora?- Recibe otro golpe, le parece que este ha sido más suave. Y se quedan estáticos, en silencio, mientras ella piensa con más entusiasmo del que ha sentido en toda su vida.
- Quiero traer algo bueno a este mundo.- El hombre sonríe y se acerca hasta la mesa. Regresa junto a ella con la mascarilla en las manos.
La mujer
se despierta por la fuerza del sol en su rostro. Tiene la boca seca.
Ya conoce el proceso de este despertar. Se encuentra en su coche,
donde lo tenía aparcado la mañana anterior. Mira a su alrededor con
brusquedad y siente como el dolor atraviesa su cuerpo. Se detiene y
revisa su cuerpo. Tiene el torso vendado, puntos en el corte de su
mejilla y algo parecido al Vetadine alrededor de algunos cortes
pequeños. Intenta coger el teléfono de su bolso pero le tiembla el
pulso y se detiene. Respira profundamente, atascada entre el llanto y
la carcajada. Es libre.
Diego Alonso R.
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