Una voz muda




El cigarro se consume hasta sobrepasar el límite de la colilla. Por inercia lo apaga contra la mesa, para luego entrelazar sus temblorosas manos. Un pegajoso sudor impregna todo su cuerpo, tan solo cubierto por un calzoncillo que bien puede cubrir a dos hombres como él. Mantiene la mirada clavada al frente, mientras parece que las paredes, o más bien el propio lugar, lo observa. Unas paredes de al menos veinticinco años, decoradas por un ya amarillento gotelé, con grandes manchas de humedad en las esquinas, acompañadas por el mobiliario ideal, viejo y apolillado. El único sonido que logra rellenar el bochornoso espacio, son los dientes del fumador chocando entre sí, en continuas rondas de tres choques.

¿Estás seguro que es la única opción?

No sé a quien está hablando, el salón está vacío. Pero inclina la cabeza hacía un lado, como si prestase atención a una respuesta.

Sí, claro que quiero que sufran. Pero no estoy seguro de que esta sea la manera.

Al terminar la frase se levanta y sienta un par de veces; nervioso. Se pasa las manos por el pelo, desaliñado y grasiento. Mueve la cabeza hacía los lados mientras el choque de sus dientes es más intenso.

Lo entiendo, pero tengo miedo ¿No podemos retrasarlo?

Espera varios segundos con el rostro fijo hacía un espacio vacío, al lado del mueble más horrendo del edificio. Acto seguido se cubre las orejas con las manos y gira la cabeza en negativa.

¡Está bien! ¡Está bien! Deja de gritarme, lo entiendo.

Parece calmarse, pero solo es una idea superficial, si prestas atención verás que el traqueteo de dientes continua. En series de tres choques. Se levanta y va en busca de algo. Desde el salón se escucha el sonido de utensilios de cocina chocar entre ellos, hasta que regresa y se desploma en el sofá de nuevo. Deja la nota sobre la mesa “Esto es culpa vuestra”. Se estira el cuello, primero a la izquierda, luego a la derecha. Y clava el cuchillo en un lado de su propio cuello. Continua con un movimiento veloz haciendo un profundo corte y dejándose caer hacía atrás. Mientras la sangre brota mantiene la mirada al lado del viejo mueble. Cambiando el sonido de sus dientes, por un húmedo gorgoteo. Como una el desagüe de la ducha al vaciarse. 


Diego Alonso R.

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