Los
pasos me hacían avanzar por una ciudad que no conocía muy bien.
Solo había estado en ella un par de veces y ninguna tan calurosa
como esta. La ropa se pegaba a mi cuerpo y notaba el sudor pasear por
mi frente, mientras, el peso de la maleta me inclinaba a la
izquierda. No sabía el tiempo que estaría en la ciudad, de modo que
intenté prepararme para todos los escenarios posibles, lo cual
repercute en el peso obvio del equipaje. La primera vez que estuve
fue hace muchos años, fui con unos amigos y apenas estuvimos unas
pocas horas. La segunda ocasión fue hace poco menos de cuatro meses,
me ofrecieron una entrevista en una editorial y salté directo a
ella. Aproveché la ocasión para pasar un par de días más por la
ciudad, con la esperanza de poder verla a ella. No diré su nombre,
eso es algo que reservo para mis recuerdos, pero su mera
pronunciación me hace sonreír. Por aquella también lo hacía, por
eso me quedé más tiempo, y gracias a ello pude pasar la última
tarde del viaje en su compañía.
Todo
esto me lleva al tercer viaje, del cual trata todo esta narración.
La comunicación con la pequeña editorial iba por buen cauce y
querían verme en persona. Por supuesto todo se arreglaría en una
sola tarde, dos como mucho, pero yo iba a quedarme más tiempo. Días
antes de emprender el viaje le envié un mensaje para ver si tendría
la suerte de encontrarme con ella, y me dijo que estaría muy ocupada
pero que lo iba a intentar. Por eso alquilé el apartamento toda la
semana, de ese modo aumentaría las posibilidades. Lo había hecho
todo a través de una página web y me habían enviado mal la
dirección del apartamento. Y de ese modo terminé cargando la maleta
hasta mi temporal habitáculo. Entre el sudor y el peso hacía que
mis manos se anestesiaran parcialmente, provocando un agudo dolor en
las partes despiertas de los dedos. Por lo que cada ciertos metros me
detenía, miraba el “Google Maps”, cambiaba la maleta de
mano y seguía avanzando. No era el mejor comienzo para el viaje,
pero era un comienzo al fin y al cabo. Paré de nuevo para hacer el
cambio de lado al equipaje, en esta ocasión estire un poco las manos
y miré a mi alrededor, la zona me parecía conocida, pero con las
ciudades nunca se sabe. Vi que ante mi todo el mundo estaba con los
ojos clavados en el cielo, y como buen simiesco hice lo mismo. A
pocos metros sobre los edificios cercanos, estaba cruzando un inmenso
globo aerostático. Era blanco y con dos gruesas líneas rodeándolo,
una marrón y la otra naranja. Era la primera vez que veía uno de
esos trastos. Antes de darme cuenta otro globo, rojo y del mismo
tamaño, intentaba adelantarlo. Empecé a caminar atravesando las
calles sin sentido alguno, y por todas partes el cielo se llenaba de
aerostáticos, parecía una inmensa carrera, la más hermosa que haya
presenciado nunca.
Pensé
que esto era un gran recibimiento, de modo que me planté, desenfundé
el teléfono móvil, y decidí sacar una foto. La idea era enviársela
a ella con un comentario simpático sobre mi llegada a la ciudad. La
fotografía no es mi campo, de modo que tardé un poco en decidirme
por como sacar la foto. Al final opté por fijarme en el globo más
cercano, uno negro y morado que cruzaba entre dos edificios ante mí.
La foto fue un éxito al primer intento. Aparté la mirada para
escribir el mensaje y los improvisados gritos me hicieron mirar de
nuevo al cielo. El globo de la fotografía se estaba cayendo, y venía
hacía nosotros. Agarré la maleta y me puse a correr, pero no podía
sacarme la sombra de encima, es increíble lo rápido que se mueven
esos malditos globos. Me dí cuenta que no tendría el tiempo
suficiente para escapar y gire para cubrirme dentro de un portal. Dos
segundos después el globo aerostático choco contra el suelo, justo
ante mis ojos. Me imaginaba que el inflamable gas de su interior se
esparciría en forma de llamaradas, y que quemaría a todo el mundo,
incluido yo. Pero en tal caso no estaría escribiendo esta historia;
estos aerostáticos no volaban impulsados por gas, estaban rellenos
de cientos de pequeños globos. La calle se vio infestada de globos
convirtiéndola en el circo más bello de todos. Podría decir que
fue una imagen de ensueño que se grabó en mis retinas, pero estaría
mintiendo. Mientras todo el mundo recorría la calle disfrutando de
una escena que no se repetiría en toda su vida, yo estaba mirando el
móvil. Ella me había enviado una foto de los globos aerostáticos
que veía desde su ventana. Supongo que cada persona ve la belleza en
diferentes sucesos, y en mi caso la encontré en un sencillo mensaje
de la persona correcta. Ese fue el día que empecé una nueva etapa
en mi vida. Fue el día que pude verla. El día que los globos
llenaron Gijón.
Diego Alonso R.
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