La gente
del pueblo ha trabajado muy duro y si fuese otra noche estarían
durmiendo a pierna suelta, pero esta no. Es la noche de la anciana, y
durante esta noche, nadie duerme. La mayoría del pueblo está
reunido en la taberna, arropados por el calor, la bebida, la música
y las historias. La lluvia y el viento golpean todo a su alrededor y
a nadie le importa; saben que todo está en su lugar. El cantante va
por su cuarta canción y parece que algunos espontáneos se han
convertido en sus coristas, por los menos parece que al público le
gusta. Y entre todas esas mejillas rojizas hay un hombre, en la edad
del color gris, terminando su segunda jarra de agua ardiente mientras
escucha una historia. Ya la conoce al igual que todos alrededor, es
la historia de como la mujer más anciana del pueblo se sacrificó
para salvar a todos los marineros de la terrible tormenta. Hace más
de ochenta años y todavía se cuenta la historia, probablemente
dentro de otros ochenta se siga contando. Pero volvamos al hombre.
Como otro de tantos a la redonda, es un marinero. Hoy hace un año
que dejó su oficio, a causa de una lesión que lo dejó cojo de su
pierna derecha, sin duda la historia de esa lesión es la más grande
de su repertorio. Suele decir “no soy ningún héroe, solo un
hombre cojo” así que si quieres oírla hay que esperar a la
tercera jarra y luego insistir hasta que ceda; hoy no es una de esas
noches.
Solo
quiere deleitarse del calor emocional que genera el ambiente y tal
vez tener un buen sueño. Con el último trago descubre que su jarra
está vacía y eso no se puede permitir. Mira a su alrededor buscando
a alguien que le pueda servir, es como un perro que perdió a su amo
en medio del mercado, nota que todo el mundo está ocupado y decide
ir el mismo hasta la barra. Se levanta del banco con decisión y
jarra en mano empieza su viaje. Casi es atropellado por una bailarina
pareja pero logra avanzar, tras esquivar a dos personas y sobrevivir
a un resbalón está en el camino correcto. Le faltan pocos metros
cuando siente que su vista se nubla. Cesa su avance y pasa una mano
por los ojos buscando una venda inexistente. Necesita dos intentos
más para aceptar que su visión está bien, es el resto del mundo lo
que está nublado como si se transmitiera a través del culo de una
botella. Solo una silueta se mantiene indeleble en toda la taberna.
Está sentada a la barra mirando una jarra cercana. Nuestro marinero
se esfuerza y logra sentarse en el taburete de al lado. La extraña
figura lleva una indumentaria peculiar, esta vestida con un pantalón
y chaqueta negra, pero alrededor del cuello lleva una tercera prenda
similar a una correa colgante. Se acerca un poco más a la jarra de
cerveza y un mechón de su oscura melena se le cruza ante el rostro,
lo aparta de un soplido y se jira hacía su reciente acompañante.
Los ojos de la dama son de un verde único, recuerdan al más
brillante de los corales y en equilibrio con su blanca piel; han
hecho que el rostro del hombre se paralice.
- ¿Por qué os gusta esta cosa?- Su voz suena pero el marinero sigue sin reaccionar- ¿Perdona? Te he preguntado que por que os gusta esto.- La mirada del hombre sigue su mano y se da cuenta que está señalando la jarra de cerveza.
- Oh, te refieres a la cerveza. Pues no lo sé, a mí no me gusta. Supongo que la gente la pide porque es barata y tiene el suficiente alcohol.
- Sí que sois curiosos... Bueno, sigamos a lo importante ¿Nos vamos?
- Es muy alentador y eres preciosa, pero no estoy interesado en...- En lugar de terminar la frase hace un pequeño y en ella lo comprende empieza a reírse.
- No estaba ofreciéndote eso, vengo a llevarte al otro lado. Hoy te toca morir.- Fue la última frase lo que hizo que todo encajara, si no estuviera tan borracho se habría dado cuenta mucho antes.
- No puedes ser la muerte, eres, eres una …
- ¿Mujer? Pues claro, solo una podría soportar mi responsabilidad.- Su tono hizo que se le erizara todos pelos de su cuerpo.
- Lo siento, no quería ofenderte. Es que en todas las historias dicen que eres un esqueleto andante con una gran guadaña.- Sus manos se mueven en sentidos puestos intentando buscar un gesto de disculpa.
- Eso no son más que campañas de desprestigio.- Se levanta del taburete- Como dije, ¿Nos vamos?
- No.
- Sabes que no puedes derrotar a la muerte, así que no me hagas llevarte por las malas.
- Pues no pienso ir, hoy no voy a morir.- Tiene más miedo del que puede soportar, pero el miedo a veces actúa de un modo extraño.
- No eres el primero en negarte, así que acabemos rápido ¿Por qué debes quedarte?- Esa no era la reacción que esperaba y no tuvo tiempo de responder, solo logró decir la verdad.
- No tengo razón alguna, solo no quiero morir. Me aterra.- Aunque su rostro no lo muestre, ahora es la muerte quien está sorprendida. Llegados a este punto todos intenta convencerla, mentirle y engañarla; como si ella no pudiera leer el corazón de las personas. Hacía mucho tiempo que alguien no era sincero en su presencia y este gesto le provocó ganas de sonreír.
- Has salvado un par de vidas, supongo que eso valdrá algo.- Al escuchar esas palabras el marinero lleva una mano a su pierna derecha- Está bien, pero no puedes quedarte aquí sin un motivo. Tendrás que hacer algo por mí ¿Te parece bien?
- Sí, claro ¿Y qué tendría que hacer?
- Hace tiempo me robaron cierto objeto, recupéralo por mí y estaremos en paz.- Siente curiosidad por saber quien podría robar a la muerte, pero pensó que era mejor no preguntar.
- ¿Y cómo podré encontrarlo?
- Está en el centro de las montañas escamosas, ¿Aceptas?- Le tiende una mano.
- Acepto.
Al
estrechar su mano todo volvió a la normalidad y se encontró
estrechando la mano al aire. El tabernero lo miró esperando una
respuesta y solo había una correcta, que quería otra jarra de agua
ardiente. Volvió su vista hacia el interior de la taberna mientras
la espalda del tabernero se alejaba en busca de la comanda. Acaba de
conocer a la muerte, y por si no fuera poco ahora debe ir a esas
malditas montañas. Siente varias clases de miedos diferentes, pero
al mismo tiempo, un inmenso alivio de que la muerte fuese una mujer
razonable y no un monstruo de destrucción. Se voltea para hacerse
con su nueva jarra de agua ardiente, le mete un buen sorbo y con una
profunda sonrisa susurra una palabra.
- Me voy de viaje.
Diego Alonso R.
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