Termina
de construir una breve crítica a la sociedad actual y al releerlo,
decide borrarlo, escribir “A ver si os morís todos” y enviar el
tuit. Asiente satisfecha y desciende las escaleras hacía la máxima
muestra del conformismo humano. Siempre ha pensado que el metro es un
lugar erróneo, capacitado en exclusiva para generar la sensación de
que algo malo sucederá. Por eso le gusta, es el único lugar (fuera
de su cuarto) donde no se siente tonta por estar alerta todo el
tiempo. Se pone la capucha de su oscura chaqueta, hunde las manos en
los bolsillos y camina con calma, dejándose arrastrar por la caótica
riada de gente. Intenta contar cuantas personas se chocan con ella,
pero tras la octava persona se cansa de intentarlo y busca un banco
donde sentarse.
Tarda un
poco en encontrar lo que busca, ya que no puede ser cualquier banco,
no. Debe ser uno que esté bastante a la vista, pero no en medio de
todo el tumulto, tampoco puede estar ocupado por otras personas y
debe estar lo suficientemente limpio como para poder sentarse en él.
Logra encontrar un lugar que contiene todo lo que busca, y cuyo único
pago, es estar al lado de una papelera a rebosar. Se sienta y protege
la mochila entre sus piernas. Observa a la gente pasar sin disimulo
alguno, es consciente de la capacidad que tienen las personas para
ignorar a otras, así que la mayoría ni notará su presencia. Esta
es la primera etapa de su proceso de creación. No te sorprendas si
olvidé decir que la joven es una artista. Podría contarte como
todos los problemas de su infancia hicieron que se refugiara en el
arte, pero sería mentira. El hecho es que es una mujer rubia y
normal, cuya infancia no tuvo nada de especial. Pero alcanzó ese
punto donde todo el mundo debe decidir que hacer con su vida, y
descubrió algo, no tenía vocación alguna. No había nada que la
apasionara, ninguna meta que quisiera alcanzar, o algún trabajo que
le gustase realizar. Nada en absoluto. Y tras dos años revotando
entre trabajos mediocres y medios fracasos, decidió que quería ser
artista, porque según sus propias palabras “al menos quiero traer
algo bello a este mundo de mierda”. Dicho esto, prosigamos.
Busca
entre la multitud algo muy concreto, alguien que oculte su verdadera
imagen. Estarás pensando que esto es muy sencillo de encontrar y
tienes toda la razón, la aplastante mayoría muestra una imagen que
en nada se parece a la verdad. Pero ella busca alguien de quien pueda
visualizar las dos caras. Y en cuanto encuentre a dicha persona le
sacará una foto, se marchará a casa, y dibujara sobre dicha foto la
imagen que ella ve de esa persona. Esa es su manera de crear. Tarda
un rato pero al final se decanta por una mujer, esta rondará los
cuarenta, va muy arreglada y no deja de mirar su móvil. Saca una
cámara de la mochila, se quita la capucha para colgarse la cámara
al cuello y luego vuelve a ponérsela. La elegida está a unos diez
metros, con la espalda apoyada sobre una columna. Intenta conseguir
la foto un par de veces, pero con tanta gente y a esa distancia,
siempre hay alguien de por medio. Así que se cuelga la mochila de
nuevo y se acerca con el vigilante objeto colgado al cuello. Pero
este objetivo parece que no va a regalarse, ya que al alcanzar la
distancia ideal, el vagón abre las puertas y la mujer entra. Por
supuesto es perseguida por nuestra furtiva, hasta que puede sentarse
ante ella. Solo tiene que dejar su cámara sobre el regazo y esperar
a que no haya nadie en la trayectoria. Dos paradas más tarde
consigue lo que quiere y se marcha a su casa.
Varias
horas después tiene entre sus manos el resultado de su trabajo. La
fotografía de una desconocida, sentada en un sucio vagón de tren,
mientras observa con atención su móvil. Y sobre ella está pintada
la imagen de esta misma mujer, con una amplia sonrisa y las manos
ensangrentadas. La artista sonríe nerviosa y se levanta con su obra
hacía la pared. Pega la foto en el último espacio libre de la
pared, y se aleja hasta poder verlas todas juntas.
Asiente
satisfecha.
Diego Alonso R.
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