La silueta en el bosque



Las notas alcanzan su cerebro a través de los cables de sus auriculares y hace el efecto sedante del mejor medicamento. Aunque por el ritmo de sus pasos todavía necesita unas cuantas dosis más, ya que si mantiene esa velocidad terminará por salir del pueblo antes de terminar la siguiente canción. Las discusiones no son habituales en su casa, pero tanto su padre como ella tienen el mismo carácter; equivalente a un volcán lleno de gritos. No ha sido una de estás discusiones que cambian tu forma de ver a la otra persona, se quieren y tras esta noche seguirán haciéndolo, pero sí necesita sacar la rabia del momento. Ha torcido su rumbo hacía el viejo paseo marítimo del pueblo, el cual está sin luz ni caminante alguno, a causa de las obras.

Alcanza una pequeña playa, que mejor sería calificada como minúscula, ya que apenas hay sitio para dos familias de tres integrantes. Baja las escaleras y tras quitarse el calzado se adentra en la arena. Se quita los cascos para escuchar el sonido de las olas. Todo persona criada junto al mar crea un fuerte vínculo con él, y su sonido puede calmar casi tanto como el abrazo de una madre. La joven Cristina empieza a sentirse mejor, y aprovecha la soledad para soltar un fuerte grito que destierre los restos de la ira. Parece funcionar y se sienta en la arena para observar a su inmenso amigo, acompañada de su otra rítmica amiga.
No sabe cuanto tiempo a pasado y decide mirar su móvil, es más tarde de lo que creía y tiene un mensaje de su padre; se disculpa por el tono que usó. Decide que es hora de volver y aclarar las cosas ahora que está más calmada. Guarda los auriculares y sube por la playa, deteniéndose en el límite para volver a calzarse. Al ponerse la segunda zapatilla le parece escuchar algo proveniente del camino, se gira sobresaltada y no encuentra nada. La ira puede bloquear nuestros sentidos y por primera vez es consciente de que está sola en medio de la oscuridad.

Regresa al camino y comienza la vuelta. Lleva el bello erizado e intenta identificar cada sonido que impregna la noche. Hasta que hay algo que no logra calificar y se detiene, necesita un segundo para voltearse hacía los árboles, de donde proviene el anónimo sonido. No encuentra causa alguna para ponerse nerviosa, no hay nada a la vista aparte de los árboles. Nota una silueta moverse y el oxígeno deja de llegar a sus pulmones. Fuerza su ya acostumbrada vista y parece que dicha silueta la observa, incluso parece dirigirse hacía ella. Algo se enciende en su cerebro y se gira para salir corriendo, pero choca con un hombre y cae al suelo. Se a hecho un poco de daño pero lo importante es que hay más caminantes está noche. Va a levantarse para disculparse por el accidental placaje y el desconocido la empuja de nuevo. Se sienta sobre ella y lo tiene tan cerca que puede distinguir todas sus facciones, ahora es un miedo más real el que la embarga y se solidifica en forma de grito. El hombre la golpea, le tapa la boca con una mano, y se acerca hasta su oído para decirle ´´cállate o será peor´´. Cristina no puede creer lo que está pasando, pero el tacto de una mano bajo su camiseta le hace creerlo. Intenta mantener la calma mientras el hombre continua manoseándola. El hombre recorre parte de su cuello con la lengua y su cerebro se reactiva lleno de ira y pavor. Lo muerde hasta notar el sabor de la sangre y empieza a gritar cubriendo el grito de dolor de su agresor, mientras patalea y lo golpea con sus manos. Él asesta un golpe seco que frena toda lucha, otro la ira, el siguiente le nubla la vista y el último hace que sienta su propia sangre.

Cristina ya no es capaz de hacer nada. Las lágrimas comienzan a brotar con más fuerza. Él hombre le baja los pantalones y luego se saca el miembro. Va a ser violada. Intenta cerrar sus piernas, pero el violador lo impide y ella decide cerrar los ojos. Un grito le hace abrirlos. El hombre ya no está sobre ella, se mueve rápidamente mirando a su alrededor hasta que lo encuentra a dos metros. Ahora es él el que grita desde el suelo, mientras algo semejante a un lobo, pero con el tamaño de un gran oso, lo muerde una y otra vez. El enorme monstruo se gira y la mira fijamente. Pasan unos eternos segundos hasta que el lobo deja de mirarla, y llevándose con él al hombre, regresa al bosque por el punto donde una silueta se había movido. La joven se levanta y sale corriendo de vuelta a casa.
Cuando entra por la puerta del hogar, se rompe sobre los brazos de su padre, y entre lamentos y sollozos solo es capaz de pronunciar una frase.

  • El monstruo me ha salvado.



Diego Alonso R.

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