Después de la carne



La peor parte de morir es que nadie se de cuenta. En mi caso lo negaron y siguen tratándome como en vida, aunque que esperarse de ellos, no son conscientes de que su tiempo también terminó. Siguen alimetándose como si pudieran llenar sus putrefactos estómagos. Ridículo. Al notar que mi corazón dejó de latir no luche, no trate de resistirme y sobrevivir a toda costa, solo lo acepté. Tampoco es que fuera un gran cambio. En vida no tenía ninguna meta o razón para levantarme por las mañanas. Solo una rutina que me devoraba por días.

No sirvo ni para morirme bien. Se supone que al llegar el momento debería irme al infierno o algo así, pero aquí estoy, repitiendo la misma rutina. Ya hace días que huelo a podrido y comienzo a notar los gusanos bajo mi piel. Eso me da esperanzas. Si este cuerpo termina por desaparecer, tal vez mi mente se apague. Lo único bueno que tiene la muerte es que desaparecen tus problemas, y me han arrebatado ese privilegio. Por lo menos mi aspecto es el mismo: decadencia.

Ahora que lo pienso tal vez esté equivocado. Puede que haya muerto mi mente y gracias a ello pueda ver mi aspecto real. Eso explicaría el vacío que siento al ver mi reflejo o porque lloro sin motivos. Por ello las personas buscan con tanta desesperanza la aprobación de su existencia, la admiración y el cariño de otros. Intentan crear una vida que no existe. Cada vez que les digo la verdad -que estamos muertos- se entristecen. Pensaba que era por mí, pero en realidad lo hacen por ellos mismos.
Creo que nacemos con una vida muerta.

Diego Alonso R.

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