Batofobia


Siente el cuerpo agarrotado, la cabeza lenta y la boca pegajosa. Señal inequívoca de que es hora de levantarse, porque si algo tienen los sueños es que no son mediocres, y ese despertar lo es. Se mueve como una sombra hasta alcanzar el baño y entra en la ducha, con la certeza de que el agua caliente vuelva a convertirlo en una persona. El proceso empieza a funcionar y la prueba es que está tarareando, parece la banda sonara de una película que no recuerda. Lo hace de forma tan básica como la respiración misma. Al salir de la ducha se estira y planta ante el espejo, sabe que es más atractivo después de lavarse, por lo que limpia el vidrio para comprobarlo.

Todo sigue como siempre a excepción de su nuevo compañero, un tatuaje que le invade todo el pecho. La sorpresa es mayúscula ya que no recuerda haberlo hecho. Se acerca al espejo para ver lo mejor, parece un pasillo formado por un alijo de garabatos y al fondo de este, la densa silueta de una mujer. Con las gotas resbalando sobre su torso adopta un tono nefasto. Por simple empatía pasa su mano sobre el tatuaje y la silueta da dos pasos al frente, haciendo que el hombre de tres hacía atrás y choque con la pared. Inmóvil y desnudo mira su reflejo mientras observa a la mujer de su pecho. Y tras varios segundos nada sucede, eso hace que la tensión desaparezca, termine de secarse y vaya a preparar el desayuno.

Lo único que está asustando al silencio es el estruendo de la licuadora, que intenta hacer un batido carente de sentido. Es normal que su dueño esté lento, acaba de ver algo que no puede suceder, los tatuajes no son más que tinta. Y no es el único problema del día, tampoco recuerda haberse tatuado. Por ello intenta rememorar los pasos de la noche anterior. Como todos los jueves fue a Tito´s para cenar. Por supuesto lo hizo solo, desde que se mudó a la ciudad no ha conocido a nadie, ni tan siquiera ha encontrado un trabajo decente. Todas las mesas estaban ocupadas y tuvo que esperar, lo hizo con la música de sus auriculares he imaginando la vida de algunos comensales. Cuando una mesa se quedó libre estaba pensando en la vida de un banquero adicto a las prendas moradas. Al agarrar la carta se cayo una fotografía de entre las hojas ¿De qué era la fotografía? ¿Qué sucedió después? Esas son las preguntas en las que piensa mientras prueba el batido, al mismo tiempo descubre lo horrible que es improvisando recetas. No quiere desperdiciar comida, por lo que se tapa la nariz y se lo bebe. Tras un brusco gesto de asco, busca las llaves del piso para acercarse hasta Tito´s.

Una gasolinera no parece el mejor lugar para montar tu negocio, pero resulta, que hacerlo enfrente es muy productivo. Que tengas que atravesar el aparcamiento hace que la entrada no sea la más cómoda. Esa etapa es la que atraviesa nuestro hombre marcado, con el el cuidado necesario para que no lo tomen por un ladrón de coches. Estando a pocos metros de la entrada nota por primera vez que el restaurante no tiene intimidad alguna, todo el frontal está formado por enormes ventanas, pero parece que ningún caminante se da cuenta y eso parece otorgarle una intimidad camuflada. Abre la puerta y busca la barra para esperar a su camarera habitual. El local está a rebosar de desayunos.
Tras una espera de cuatro suspiros le atienden.

  • Hola de nuevo ¿Quieres una mesa o prefieres comer en la barra?- Cuando vienes tan a menudo ya dan las cosas por sentado.
  • Hoy no vengo a comer. Tal vez te suene un poco raro pero ¿Recuerdas qué hice ayer?- Se siente estúpido y se pasa la mano por la cabeza, como un mal actor, para parecer más confiable.
  • Pues lo de siempre, viniste a cenar y luego te fuiste.- La camarera, juguetea con la chapa que lleva su nombre.
  • ¿Pero no notaste nada extraño? Tal vez te parezca ridículo, pero no recuerdo nada de anoche tras llegar aquí.
  • Pues si que te pegaste una buena fiesta. Pero aquí no pasó nada fuera de lo común. Tal vez estuvieras un poco más callado de lo habitual, supongo.- No está segura de si fue de ayuda, por lo que espera su reacción.
  • Entiendo ¿Y por casualidad no encontraste una foto en la mesa?
  • No, lo siento ¿Era importante para ti?
  • Tal vez, da igual. Ya que estoy aquí ¿Podrías ponerme para llevar los espaguetis que tanto me gustan?- Sonríe para quitarle hierro al asunto y parece funcionar.
  • ¡Marchando esos espaguetis!


Un ordenador y un teléfono es lo que se necesita ahora para superar a cualquier detective. Al menos eso necesita pensar, ya que es el único a cargo del caso de la tinta olvidada. Ha de encontrar una respuesta, ya no porque dude de su cordura (todo podría ser fruto de un cerebro recién despertado), si no porque odia no recordar ¿Y si pasó algo malo y no puede recordarlo? Bien es cierto que esto no es una película, pero la ficción se alimenta de la realidad, así que hay que tener cuidado. Su plan consiste en llamar a todos los estudios de tatuaje que haya en la ciudad. Un proceso que aparenta ser sencillo si no fuera porque la gente adora infestar su cuerpo de tinta. Está bastante saturado y se levanta de su oficina improvisada (el sofá del salón) para encender la radio, resulta que siempre ha sido más productivo con ruido de fondo, trabaja mejor en un bar que en cualquier biblioteca. Pero tampoco sirve cualquier cosa, si por ejemplo entra en su Spotify terminaría cantando como un gorrino y olvidándose de su función, necesita sonido ambiental, algo que no le importe pero que derroque al rey silencio.

El proceso es tan repetitivo que hasta un mono o un niño podría hacerlo. Es entendible que después de unas horas, intercaladas con algunas abstracciones estratégicas, decida para para comer. Mete la comida en el microondas y deja haga su trabajo. Mientras, revisa su correo desde el móvil esperando recibir el mensaje de ´´sí, nos interesa su trabajo´´ pero eso no pasa antes del pitido del microondas. Se marcha al sofá y disfruta de sus espaguetis, los cuales llevan el doble de salsa, gracias a ser un llamado cliente habitual. Ya no suena la radio. Necesita dejar de pensar para disfrutar del sabor, por lo que se pone una serie, en lo que ahora es su ordenador recreativo y no su arma de investigador. Logra disfrutar de su comida y de la tensión del episodio. Hasta que termina y su cuerpo cae ante los hidratos en forma de profundo sueño.

Se revuelve en el sofá como síntoma de pesadilla, hasta que se despierta con un ligero escozor en el pecho y con una importante lentitud. Intenta estirarse pero al notar que la piel se le tensa fracasa en su misión. Si intenta moverse la tensión aumenta, por lo que su mente bloquea todo movimiento, todo pensamiento. La quemazón aumenta y desde su interior brota una risa femenina, bella y joven, capaz de helar a cualquier héroe. Fuerza su piel para mirarse el pecho y algo comienza a empujar su camiseta. De dentro hacía fuera, entre calor y risas, una mano se alza hasta resquebrajar su ropa. Y despierta de nuevo. Al notar que el escozor sigue ahí, levanta la ropa al instante y descubre que la mujer de su tatuaje a estado paseando y ahora está mucho más cerca. Por fin puede apreciarse el ocre de su pelo y el rojo apagado de su largo vestido, el cual casi parece una elegante sábana. Parece la decoración perfecta para una rostro que no puede ver, oculto entre las manos de la joven. Ahora ya no le importa estar loco o no, solo necesita saber más.

La búsqueda continuó sin pausas estratégicas, ni sonido de fondo, solo con unas ganas voraces de encontrar. Y parece que el miedo es un buen combustible, porque encontró el estudio correcto. Un pequeño local en el centro de la ciudad. El dueño parece un buen hombre, o al menos amable. Aunque en la conversación nuestro portador hablaba con el ímpetu de un loco, el hombre respondió a todo con paciencia. De ese modo descubrió que había estado allí la noche anterior; que solo le mostró una fotografía, le señalo donde lo quería y puso el dinero sobre la mesa. Y lo más importante, la foto seguía en su estudio.

El autobús está a rebosar de gente y sudor. En los asientos de atrás ahí un grupo de jóvenes, hablando de las mujeres como hace dos siglos. A su lado una anciana comiendo con la boca abierta y delante de ella una joven inmersa en un libro. Si de él dependiera se bajaría antes de subir, pero es la línea que le deja más cerca del estudio y no puede permitirse lujos, la quemazón no desaparece. Entierra la cabeza entre sus manos, intentando calmarse y pensar ¿Qué está pasando? Duda de su cordura, pero respira más profundo al saber que está más cerca de resolverlo. Si está loco el tatuador se lo confirmará, el sabe que le pintó el pecho; y si es cierto lo que está pasando, la foto podría ayudar. Tras calmarse eleva la vista hacía la joven lectora y casi pudo sentir como su piel se tensaba, la joven lleva el vestido rojo. Tiene que contenerse para no saltar sobre ella y gritarle hasta que le explique que sucede. Opta por cerrar los ojos como un niño asustado, y al abrirlos todo está normal. El autobús llega a su parada y se baja a empujones agarrándose el pecho, ahora ardiente, con un mano.

Le faltan dos calles hasta llegar a su objetivo, pero no resiste la calor y para en un pequeño supermercado, probablemente un negocio familiar. Compra una botella de agua y entra en el servicio de clientes. Tras beberse la botella de dos tragos, se siente mejor. Se aproxima al espejo y se levanta la ropa con un pulso digno del parkinson. Está vez no se asusta al ver el cambio. La mujer alcanzó el primer plano, mostrando su rostro entre las manos y con una amplia sonrisa. Si no estuviera volviendole loco, pensaría que es hermosa. La cubre de nuevo y se marcha.

Dos calles es la distancia que podría recorrer en lo que dura una canción, pero ahora ni con un álbum podría hacerle frente. No deja de apretarse el pecho, no sé si por la quemazón, o si es un estúpido intento por empujarla hacía dentro. Pero el hecho es que tiene una pinta horrible, está sudando y bastante mareado, casi anda como un borracho. Y encima intenta evitar la mirada de todo el mundo, porque cada persona que le mira, lleva ese vestido rojo. Por fin puede ver el edificio donde está el estudio de tatuaje. La risa comienza a brotar y el pánico le hace salir corriendo, chocándose con todo viandante hasta entrar en el edificio. Sabe que es una quinta planta y ya le cuesta caminar, por lo que opta por el ascensor. Aún cerrándose las puertas ya se quita la camiseta, la quemazón hace tiempo que se convirtió en una quemadura digna de llamarse tortura. Se apoya en el espejo intentando mantenerse en pie, observando como un sufridor pasivo.


La joven mueve los labios, pronunciando unas palabras que no tienen sonido, para luego comenzar a moverse por completo. Lo hace de forma artificial, como si faltara parte de su movimiento, parece moverse entre los destellos de un flash. La mano brota de su pecho, sin sangre alguna, pero provocando los gritos adecuados. No és capaz de soportarlo y termina por caer. Apoyado contra la pared observa a la mujer salir. Entre lloros y risas se desmaya, viendo por fin su rostro sonriéndole. Cuando sus ojos vuelven a abrirse está en la planta correcta. Se levanta con torpeza y observa su reflejo, buscando a la mujer, pero el pasillo de tinta está vacío. Con dificultades se viste y sale del ascensor. Tras unos pasos escucha como las puertas del ascensor comienzan a cerrarse. Sin entenderlo se gira y antes de que las puertas se unan logra verla, saludándole con una sonrisa muda.


Diego Alonso R.

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