Alimañas


Las paredes están llenas de notas musicales, pertenecen a una melodía forzada a encajar. Es una de esas pastelerías que fingen ser tu hogar, por ello me encanta y la odio. Hay un par de mesas atrapadas en la falsa identidad; un chico más preocupado de su ordenador que de su vida y una pareja que desayuna en silencio. Y desde la ventana alguien les observa, podría decirse que es un mirón alimenticio. Alguien que le atrae el olor del dulce, como el de la carne al cazador.

Espera a que todos se vayan y entonces entra. Su mera presencia rompe la armonía del lugar. Sus ropas están sucias y no son lo único. La camarera lo ve y lo huele, o al revés, no estoy seguro del orden.

Se que no debería entrar, pero hoy es miércoles y... –Mantiene la mirada a un lado, como un niño que hizo algo malo.

Tch, pensé que quedara claro. Si te ven aquí me van a despedir.

Sí, lo siento. Me voy. –Se da la vuelta ocultando su decepción.

Espera –le da una bolsa a rebosar–, sabía que vendrías, al final siempre lo haces. –No lo dice en forma de acusación, solo reafirma un hecho.

Gracias, te prometo que será la última. Hoy empezaré a cambiar.

Sí claro, ahora vete y no comas todo junto.

Hoy cambiaran las cosas, así que toca arreglarse, o intentarlo. Vuelve a la vieja fábrica, ahora convertida en su madriguera. Intenta acicalarse; para ello un viejo bidón se convierte en su bañera y debo decir que el resultado no es tan malo, aunque se cortó afeitándose. Por desgracia el aura a fracaso se mantiene, algunas cosas son más difíciles de limpiar. Y tras esconder sus cosas se marcha. Sí, puede que tú solo veas basura, pero muchos se pelean por menos.

La fábrica está lejos y con la camina se le hace tarde. Es la hora de probar suerte, también llamada la hora de comer. Decide sentarse delante de un supermercado, es cierto que lleva su mejor imagen pero sigue estando por debajo de lo común. Él no se molesta en hablar, ni tan siquiera mira a la gente, solo observa su vote de limosnas. Si hace esto es porque la mayoría no lo ven. Los más respetuosos le dicen que no tienen nada para darle y los demás le ignoran. A veces parece poco más que un decorado, con el que intentan no cruzar las miradas como si del mismo basilisco se tratara.

El cumple su función de estatua de la caridad. Al final tiene suerte y un niño le entrega un refresco y un bocata. Ya hace tiempo que perdió su orgullo, así que lo acepta. Un bocadillo clásico: queso y jamón. Igual al que su madre le hacía a la vuelta de clase. Excepto el día diez de cada mes, entonces tocaba chocolate. Ahora añora a su madre. Como persona no era algo destacable. No era más que alguien sin sueños, ni grandes talentos, con algunas traumas familiares y una artrosis de herencia. Y tampoco tenía mucho dinero, pero jamás alguien le dio tanto como ella.

Por la noche huele a escamas, sudor y satisfacción. No a esperanza, ya no se la permite. Hoy ha trabajado descargando pescado, bonito puesto para un licenciado. Se siente cansado, por ello decide que es hora de descansar. Cuando alcanza su madriguera descubre que ya no és suya, ahora pertenece a una alcohólica manada.

Pero mirad, tenemos un invitado.

Lo siento, ya me voy. –Sabe que debe irse rápido.

¿Por qué te disculpas? ¿Acaso hiciste algo malo? Entonces deberíamos castigarte.– Sus amigos se ríen mientras lo rodean.

Recibe un golpe y cae al suelo. Entre la oscuridad se huele el hierro y escuchan las risas. Se despierta por la mañana oliendo a meados y alcohol. No siente las piernas y espera que sea por el frío; se esfuerza por mover su dolorido cuerpo hasta el escondite. Está vacío. El frío calma la rabia y sus lágrimas le hacen daño. Ya no resiste más el sueño.



Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Es una amena lectura .. Me gustó. Saludos desde Perú.

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    1. Gracias, espero que disfrutes de los demás también. Un saludo.

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