Un
pájaro sin alas se apaga hasta su muerte. Es la frase que siempre
decía mi padre, de pequeña nunca llegué a comprenderla y ahora
siento que habla de mí. Hasta hace poco era una criatura sin sueños,
que seguía las metas de la sociedad por el mero hecho de hacer algo.
Me encanta que sea yo la que cumpla el mayor sueño de la humanidad.
Siempre
tuve muchas pesadillas, lo extraño eran las noches sin ellas. Con el
paso del tiempo me acostumbré y dejé de temerlas, al menos a la
mayoría, pero hay una que no puedo olvidar. Me hundo en el mar pero
no sé como llegué allí, esa parte del sueño ya está vivida.
Estoy muriendo. Intento nadar pero no soy capaz. El mar me arrastra
hasta que no puedo ver luz alguna y gasto mis ultimas fuerzas en un
grito innecesario. Y entonces me desperté con una sorpresa, estaba a
dos metros sobre mi cama. Esa fue la primera vez que pude volar,
aunque por aquella era más bien una levitación mediocre.
Por
suerte me pasó a los veintiuno, con esa edad ya hemos visto tantas
porquerías que nos insensibilizamos un poco. Vale, es cierto que
hubo algún grito y emoción descontrolada, pero no me volví loca.
En lugar de eso intenté repetirlo, supongo que es lo que todos
haríamos. Si quieres que alguien sereno te crea algo así debes ser
capaz de repetirlo, además quería ver si de verdad estaba cuerda.
De modo que me cerraba en mi habitación y ponía música, para mi
tía era lo mismo de siempre. Pensé que el sueño tenía que estar
relacionado, aunque no sepa de que modo (sigo sin saberlo), así que
intentaba recordarlo al detalle. Cada vez que lograba evocar la
pesadilla empezaba a flotar. Y debo decir que es muy difícil moverte
sin un punto de apoyo. Tras un par de meses lo hacía casi de forma
instintiva, tanto que tenía que controlarme para no hacerlo fuera de
la habitación. Había llegado el momento de pasar a la segunda fase.
Fue
cuando decidí contárselo a Carlos ¿Por qué se lo conté? Bueno,
si seguía guardando un secreto como ese explotaría. Además nos
conocemos desde niños y se que puedo confiar en el. No sé lo dije
directamente, le comenté que necesitaba su ayuda para una especie de
experimento, y si sabría de algún lugar apartado donde estar
tranquilos. Ahora que lo pienso, sonaba un poco raro, suerte que era
él. Estaba un poco asustada, no sabía como iba a reaccionar y
admito que me sorprendió. Estaba levitando delante de su cara y me
suelta un ´´vale, eso no me lo esperaba´´ y ríe hasta llorar.
Decidió que me ayudaría a entender como funcionaba, y por supuesto
me guardaría el secreto. Pasábamos mucho tiempo en el laboratorio,
así es como lo llamamos, es un puente abandonado en el bosque.
Íbamos anotando cuanto mejoraba (la altura de vuelo, el control
aéreo, el tiempo de aguante), luego empezamos a grabarlo para
fijarnos en los detalles, aunque Carlos insistió en que era mejor
borrar los vídeos nada más verlos. Sin duda es de gran ayuda. A
raíz de todo ello empezó a venir más a casa y antes de darnos
cuenta hablábamos a diario. No solo de los experimentos, claro. Y
empezaron a pensar que eramos pareja, es mejor a que sepan la verdad,
pero un poco triste. El me habló de desmentirlo, pero decidimos que
mejor no, es una gran tapadera. ¿Quién podría imaginarse la
verdad?
Una de
las primeras cosas que notamos fue un aumento en el apetito. Creemos
que mi cuerpo consume muchas calorías en cada vuelo y por eso tengo
tanta hambre. Como muchísimo e incluso así adelgacé, no soy una
maldita barbie pero se nota. Al principio me asusté un poco, pero
conseguimos calcular cuanto debo comer para mantenerme. Solo me hice
daño en uno de los vuelos y no fue más que un golpe, pero él se
preocupó mucho. Pasó la noche en casa (creo que eso alegró a mi
tía) y estuvimos viendo películas de miedo, mientras decidíamos
como librarnos de cada villano. Me alegra habérselo contado a él.
En el
último vuelo decidí subir más alto, volar de verdad. Carlos estaba
un poco preocupado pero sabía que no podía convencerme, así que me
dejó la cámara para revisarlo a la vuelta. También me dijo que me
abrigase bien y lo hice. La subida fue perfecta. Ya casi no tengo que
pensar de modo que todo fue muy fluido, y antes de darme cuenta
estaba arriba. Muy arriba. Empecé a acelerar hasta asustarme y luego
a girar hacía todos lados. Fue la sensación más liberadora de toda
mi vida. En ese mismo instante descubrí que nací para volar, esto
no fue fruto de una casualidad, es el sentido de mi vida. Y noté que
no estaba volando sola. Podía ver algo desde el rabillo del ojo,
empecé a mirar en todas direcciones y no lograba verlo, era mucho
más rápido que yo. Pero no podía haber nada ahí arriba, aunque
tampoco yo podía estar volando. Decidí volver y fui más rápida
que nunca, pero eso me seguía. Intente librarme de el dando giros
amplios y luego cortos, pero siempre estaba ahí. Hasta que sentí un
golpe.
De esa
manera perdí el conocimiento, solo espero tener tiempo de despertar.
Diego Alonso R.
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