Sangre de lobo



Muchos grandes libros se escriben en un bar. Esto no es un libro, ni es grande. Pero estoy en un bar. No es fácil contar ciertas cosas en voz alta, es más cómodo usar el idioma mudo. Al menos de este modo no podéis notar mi tono, ni captar el arrepentimiento.

Ahora no entendéis mis palabras, tal fuera mejor que no lo hicierais nunca. Antes me gustaba pasear, explorar cada rincón de mi tierra. Algo dentro me pedía que saliera a la calle, que me perdiese entre pasos. Siempre aceptaba. Pero esa necesidad del exterior tiene un problema, el pueblo. Es un lugar pequeño, pronto lo conocí todo. Empecé a explorar la costa y los montes. Cada vez llegaba más lejos. Demasiado.

Con el tiempo me hice un experto. Siempre estaba acompañado por una fiel mochila. Llena de música, comida y agua. Tal vez penséis que es algo aburrido, pero es una buena oportunidad para pensar, liberarse. Si fuese un animal sería un lobo. Con la necesidad de una manada, pero libre. Tal vez lo fui en otra vida, si es lo que sucede tras la muerte. En algunas ocasiones me pierdo. Sin duda los mejores días. No intentaba regresar al camino, continuaba y de algún modo regresaba a casa. La última vez que hice eso comprendí algo vital: No avanzaba. Llevaba meses sin avanzar y decidí cambiar. Me salí del camino, crucé un riachuelo y caminé. En esta ocasión no puse música. Era un nuevo lugar, necesitaba encontrar su esencia.

Me olvidé de pensar y por un instante fui feliz. Una profunda y antigua felicidad, como cuando la miro. Y acabé llegando a una casa. Era grande y estaba claro que en su momento rebasó de vida. Ahora rebosa naturaleza. No pude evitar entrar. Lo hice por una ventana rota. La luz entraba por todos lados. Las plantas parecían nacer de dentro a fuera. Me tumbé en una sala sin techo y me puse los cascos. Me dormí. Fue uno de mis mejores sueños. Cuando desperté estaba oscureciendo. Me preocupé, estaba lejos y casi era de noche. Me disponía a irme cuando escuché algo. No estaba solo.

Ahora viene el momento donde me asusto y corro, pues no. Fui hasta el autor del ruido y para mi sorpresa me encontré con dos lobeznos. Eran hermosos y peludos, como dos peluches vivientes. Lobos, o lo serían en el futuro. Fueron cariñosos y antes de darme cuenta estábamos jugando juntos. Cuando intenté irme me seguían. No pude evitar sonreír. Sin duda era un momento mágico, una pena que la magia dure poco. Empezaron a aullar y gemir, parecían tener miedo. Se metieron entre mis pies y miraron a la oscuridad. Los tres nos quedamos en silencio, observando. No pude ver nada, solo escuché una pesada respiración. Agarré a los cachorros y corrí.

Ahora sí sentía miedo, el de los tres. Corrí como nunca, incluso a oscuras. Notaba su presencia a nuestra espalda. Cuando intenté bajar las escaleras me tropecé y caímos escaleras abajo. Los protegí contra mi pecho, no se hicieron daño. Pensé que estaba muerto, que aprovecharía ese momento para atacarnos, cerré los ojos.

Al abrirlos vi delante mía al resto de la manada. Todos me miraban hasta que uno de ellos se acercó, hasta estar a un palmo de mi cara. Sentí su respiración. Por un momento podría jurar que me sonrió, aunque eso no sea posible. Imagino que fue al tener a sus lobeznos conmigo, pero me sentí como en casa. Hasta que le escuché de nuevo tras de mi. Todos los lobos mostraron sus dientes, daban miedo. Y antes de que pudiera reaccionar saltaron. No contra mi, si no sobre el. 

Me fui hasta una esquina para dejar a las cachorros y de paso alejarme de aquello. No pude ver bien que sucedía. Era oscuro y mis ojos no eran suficiente. Solo distinguí una gran mancha luchando contra una manada de lobos. Estaban perdiendo. Sus cadáveres empezaron a llenar el suelo del salón. No lo dude un instante. Agarré a los cachorros y corrí. Tal vez no hice lo mejor, pero sabía que todos íbamos a morir. Atravesé el monte escuchando aullidos y llorando. Los sentí, a cada uno de ellos. No estoy loco y puedo jurar que esa noche perdí una familia. 

De eso ya hace tres meses. Sigo sintiendo dolor. No los ayudé, no sé como pero debí hacerlo. Solo pude salvar a dos de ellos. Ahora les cuido y quiero. Solo espero que ellos me perdonen y tal vez así logre perdonarme yo.

Diego Alonso R.

Comentarios