Bloques de vida


Hace dos años que me mudé a esta casa. Los motivos no importan, imagina cualquier banalidad. Yo tampoco importo, no soy más que una mano narradora. Un hombre que sabe ver en lugar de mirar.
Este lugar es el que importa. Son estas paredes las que intento explicar, aunque no encuentro la manera correcta de hacerlo. Por eso parece que doy vueltas sin rumbo. Aunque dando vueltas puedes llegar a cualquier destino. Por eso sigo avanzando sin fijarme en el mareo. No tengo mucho que decir de su aspecto. Parece un edificio normal. Algo hecho en serie, por una época donde el ladrillo sustituyó al mismísimo oro.

Y tras la puerta de sencillo aluminio no cambia mucho. Una decoración cutre basada en una película tétrica. Pero si te paras en esto es que no ves. Y mirar siempre ha sido para los simples ¿Eres una persona simple? Mejor no respondas.

Admito que no es muy grande. Cinco plantas con dos pisos por cada una. Lo mejor es la falta de ascensor. Jodete sedentarismo. Pero lo que puedo ver es vida. Casi se pueden escuchar dos inmensos pulmones en funcionamiento. Se alimenta de las vidas de sus inquilinos, no tengo duda alguna. Por ello es el lugar elegido. Que comunidad. Al principio es todo normal, conocerás a una bella pareja y a su recién nacida. No tienen mucho en especial. Y eso los hace necesarios en este lugar. Aunque solo viven para trabajar y ver crecer a su Amélie. Les necesitamos aquí, son nuestro futuro. 

A diferencia de su vecino. No es un mal hombre. Pero no es más que un cuarentón solo y con alopecia. Nunca ha vivido una gran historia, ni lo va hacer. Es el culmen de la mediocridad. Sin virtudes, sin una meta más grande que algo de afecto. Es su mayor cualidad, mendigar amor. No sabe que primero debe quererse a si mismo. Pensé en decírselo, luego vi la soga en su futuro y me frené. No quiero tener nada que ver con la muerte, ni para evitarla.

Muerte. El único personaje que no me agrada conocer. Y que pronto subirá los escalones hasta el tercero. Lo sé desde el momento que vi sus ojos, desde que escuché a su madre gritar. ¿Qué no hace un niño por su madre? Hasta es capaz de enfrentarse al monstruo de su hogar. Creo que jamás entenderé como puede confundirse amor con daño. Y yo sigo tachando en el calendario los días que resisten. 

Mientras, bajo sus pies, vive nuestro niño. Sí, nuestro. O tal vez nosotros somos suyos, no lo tengo del todo claro. En todo este tiempo no ha visto la luz. Sospecho que no la necesita. Solo reírse, transformar todo en su patio de juegos. Por eso toda la planta es suya y del gato. De el solo se que le gustan las comedias francesas, como al resto de los gatos. El problema llega una planta bajo la mía. En ella un hombre se convierte en monstruo para castigarse. Desprecia todo a su camino y sus palabras solo producen daño. Pero nadie en el edificio le odia.

Porque cada noche escuchamos la verdad. Cuando el alcohol derrota a su cuerpo y su mente se abre, escuchamos los gritos. Como ruega perdón a un recuerdo, casi gimiendo en cada sílaba. No le odiamos, ya se odia el por todos. Al final no lo resistió. La muerte vino para detenerse en el portal. Ya que un ángel lo alcanzó primero. La anciana que comparte su puerta. No resistió mñas he intervino en el momento idóneo. Tras vendarle le hizo un café para escuchar su historia. Con cada palabra se sentía mejor y ella lloraba mientras ganaba un hijo. Siempre estuvo sola, tenía que estarlo para salvarle en ese instante. Esa noche no se creo un lazo, solo se hizo visible.


Y encima de todo estoy yo. Bueno, tenemos otros vecinos. Pero se acaban de mudar y pronto se van a marchar. Con lo que queda solo un servidor. Un narrador sin historia propia. No me sorprende a ver llegado aquí. Sabía que todo estaba apunto de comenzar. No puedo imaginar un lugar mejor. Y hasta aquí puedo escribir, lo demás todavía está por venir. Pero no os preocupéis. Cuando llegue el momento lo sabréis, el mundo entero lo podrá ver.

Diego Alonso R.

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