Ya no soy capaz de escribir. Sí, se que estoy haciéndolo. Pero escribir es algo más que enlazar palabras con sentido. Si amaste algún libro me entenderás. Creo que se el motivo, pero si quiero que lo entendáis tengo que volver atrás. ¿Listos?
Estaba
cómodo siendo infeliz. Tenía conocidos que me consideraban un amigo
y un perro. Suficiente. Y tenía mis palabras. Es curioso el valor
que se requiere para decir ciertas cosas y lo fácil que es
escribirlas. Porque pensamos que nadie nos lee. O solo es mi caso y
soy imbécil al hablar por todo el mundo. El caso es que era bueno en
ello. No soy capaz de escribir una historia larga, mi mente pierde el
interés, pero sí historias cortas. No podría ganarme la vida con
esto, si no fuera por los libros de relatos. Coges un motón de
historias sueltas, las juntas y pones un precio desorbitado. Una idea
maravillosa, seguro que fue una mujer. Si la conociera le daría las
gracias.
Nunca he sentido una gran presión. Mi vida social es
limitada (por decisión propia) así que tengo tiempo. Rara vez me
retraso con mis entregas. Se que es una vida algo triste para muchos,
pero lo necesito. Hace años descubrí que soy mejor escritor cuando
soy infeliz. ¿Curioso verdad? Supongo que a cada uno le motivan
ciertas emociones. Vamos a lo importante, como Leo (mi perro) me la
presentó.
Fui a pasearlo como cada noche. Me parece una tarea
aburrida sacarle a pasear, pero es importante para el. Por lo que
siempre llevo mi música conmigo. Tampoco me gusta llevarlo atado. Ni
siquiera lleva collar. Digamos que esta conmigo por decisión propia.
Y fuera de lo que penséis, no me da problemas. Es el husky más leal
del planeta, casi puedo asegurarlo.
Pero salió corriendo.
Tarde
unos segundos en reaccionar. Y salí corriendo detrás. Era como si
no me escuchase o no fuera el. Me preocupe, no quería perderle. Era
más rápido que yo y le perdí de vista. Tuve miedo. Tal vez suene
estúpido, pero el es el equilibrio de mi infelicidad. Estaba
empezando a romperse un lazo mental, cuando escuché un ladrido.
Llegué en un momento y estaba ladrando a la oscuridad. O mejor
dicho: A la mujer que lloraba en la oscuridad.
Me apresuré y
agarré a Leo. Dejó de ladrar.
–Siento que te haya
asustado. En realidad no hace nada, solo es ruidoso. –Nada más
terminar la frase ella dejó de llorar. Parecía que todavía acababa
de verme.
–¿Qué?
–Siento que mi perro te asustara. –Repetí.
–Ah no lloraba por el. –Sonrió y Leo fue directo a ella. Se
tumbó a su lado y se dejó acariciar.
–¿Entonces por qué
llorabas? –dije sin pensar, iba a disculparme pero no me dio
tiempo.
–Por la niña. Es muy triste.
–¿Qué
niña? –Allí no había nadie más.
–La niña a la que
ladraba tu perro. –Le dio un beso al perro.
–No entiendo
nada. No importa, chico vámonos. –Mi perro no se movió. Tenía
que gustarle una loca, genial. Me acerqué a el y le agarré para que
me hiciera caso. Ella me agarró del brazo y me dijo.
–Espera, quiere decirte algo. –Estaba muy seria.
–¿Decirme algo? ¿De quien hablas? –Me aparte, su tacto me
ponía nerviosos.
–Leo. –Lo dijo como si fuera lógico.
–¿Mi perro quiere decirme algo? Claro. Mira tengo que irme.
–Dice que lo siente. –Sus ojos se pusieron vidriosos.
–¿Qué? Mira no te entiendo, pero tengo cosas que hacer. Adiós.
–Empecé a agacharme para agarrar al perro.
–Siente no
haber ido a tu combate. –Me quedé bloqueado. Y ella siguió
hablando.
–El sabía que te hacía mucha ilusión. Iba con
mucha prisa, por eso no vio el otro coche. Te pide perdón. –La
chica estaba empezando a llorar y Leo me estaba mirando.
–¿Cómo sabes eso? Esto no tiene gracia. –Me costaba pensar.
–Leo me lo dijo. Aunque antes se llamaba Marcos. –Las lágrimas
caían por sus mejillas.
–No puedes estar hablando en
serio. –Di un paso atrás, fue automático.
–Créeme por
favor, es su única oportunidad de decírtelo. –Leo seguía
mirándome.
–Todas las noches te leía “El
principito”. Y se quedaba mirándote hasta que te dormías, le
encantaba. También fue el quien te enseñó a boxear, te hizo
prometer que no te metieras en peleas. Te quería, todavía lo hace.
–Tuvo que esforzarse por seguir hablando.
–No le gusta
verte así. Tu luz se está apagando y está preocupado.
Me
caí de rodillas. Leo se levantó y se acercó a mí. Me mantuvo la
mirada. Tenía los ojos diferentes. Conocía esos ojos. Le abracé y
lloré como un niño.
–Lo siento, hijo. –Era la voz de la
chica. Pero no sus palabras.
–¡No! Lo siento yo papá. Ni
siquiera fui a tu tumba. Estaba cabreado, pero no contigo. Te quiero,
de verdad que lo hago.
–Y yo.
No pude decir nada
más. Llore un largo rato y sin dejar de abrazarle. Cuando volví en
mí la chica no estaba. La busqué pero nunca la volví a ver. Y
nunca volví a mirar igual a Leo. Perdón, a Marcos.
De ese modo
perdí mi habilidad para escribir, pero gané mi felicidad. Supongo
que tengo que buscar otro trabajo.
Valla ... sin palabras me as dejado la verdad,bonita historia :)
ResponderEliminarMe alegra que te guste, un abrazo. :)
Eliminar"Es curioso el valor que se requiere para decir ciertas cosas y lo fácil que es escribirlas."
ResponderEliminarno sabes como te entiendo... *_*
Todos deberíamos entenderlo en algún punto de nuestra vida. Un saludo Annia.
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