Viejo lobo


No sé muy bien por donde empezar. Supongo que al alcanzar el final de una vida acumulas demasiados recuerdos, tienes que liberarlos de algún modo u otro. No penséis que soy un viejo moribundo contando sus penas. Estoy destrozado, si fuera un castillo de naipes me faltarían algunas vías. Pero no tengo fecha límite y no pienso en tenerla. Es solo que me gustaría dejar constancia de todo, o al menos de gran parte.


Una vida de setenta y ocho años es demasiado larga para narrar con mi memoria. Así que voy a contar cierta parte de ella. Un lugar donde crecí hasta ser un hombre, o algo similar. Mis años en el mar. No esperéis una gran narración, no soy un maldito escritor, solo un viejo con ganas de hablar. Por eso mi nieto me esta ayudando, en realidad yo no estoy escribiendo, solo hablo sin parar mientras el teclea mis palabras. Me sorprende lo rápido que lo hace, parece que sus dedos sufren convulsiones.

No recuerdo que edad tenía cuando me embarque por primera vez. Se que era muy pequeño, unos quince años. Por aquella época ya trabajábamos, los de ahora hacen poco más que masturbarse, luego tienen la cara de llamarse hombres. Empecé en el mar porque no me gustaba el campo. Y ganabas mucho dinero, trabajabas duro pero con recompensa, ahora solo trabajas duro. Perdón no quiero ponerme a comparar como un viejo, mejor sigo. Pues mi primer barco se llamaba ´´Siempre María´´ era un buen barco. La tripulación estaba formada por doce hombre, yo incluido. Debo admitir que yo era el más joven de todos y por ende el más lento. Nunca sufrí por los mareos, o sea me mareaba pero era capaz de continuar sin gran esfuerzo. Nací para el mar supongo.

Al tercer día tenía las manos destrozadas, me dolía con solo abrirlas. Recuerdo que un compañero me recomendó orinar sobre ellas, decía que la orina ayudaba a curtirlas y aliviaba el dolor. Para mi sorpresa todos le secundaron, yo pensaban que querían reírse del novato. Esa misma noche alcance mi límite y probé, para mi sorpresa funcionó. No se si es lo que llaman efecto placebo o si realmente hace efecto, pero me ayudó de verdad. Al terminar esa marea no regresamos a casa. Paramos en otro pueblo que no conocía ya que pronto regresaríamos al trabajo. Salí con los demás a celebrar, también llamado beber. Y terminamos en un prostíbulo, más tarde descubrí que era habitual.

Sabéis lo que dicen de ´´ un marinero tiene una mujer en cada puerto´´ pues la verdad es que lo intenta, sino pues paga. Debo admitir que estaba emocionado, era la primera vez que estaba en un local similar. Fue entonces cuando me dieron mi regalo de aceptación, o algo así. Vamos que me pagaron una hora entre todos. Acabe en un cuarto, sencillo y con una gran cama. Acompañado por una mujer joven, tal vez veinticinco. Era bajita, con el pelo corto y rubio, y con unas enormes tetas. Fue mi primera vez, no se que tal lo hice y no me importa.

Con los años me convertí en un miembro muy cotizado. Nadie dominaba la sala de maquinas como yo, incluso borracho era mejor que la mayoría. Y encima ayudaba en cubierta, por un pequeño extra. La verdad es que me sentía genial, empezar en el mar fue lo mejor que pude hacer. Me convertí en un hombre, y no lo digo por las mujeres ni el dinero. El trabajo me hizo madurar. Y con los años no solo me hice mejor, también me enamoré. Se llamaba estrella, bueno todavía se llama así. Estoy seguro que voy a morir antes que ella. Era de un pueblo cercano al mío, la había visto alguna vez en mi infancia pero nada más. Hasta que una noche en una fiesta nos vimos, ambos eramos adultos.

 Era bajita, apenas me llegaba al pecho. Siempre pensaré que las mujeres bajas son más atractivas. Tenia el pelo negro hasta los hombros y unos maravillosos ojos oscuros. También era gritona y se cabreaba mucho, pero cuando estaba cariñosa compensaba todo. La quería y ella a mi. Al menos eso parecía cuando le pedí matrimonio, se lanzo sobre mi con tanto entusiasmo que hasta me hizo daño. Al regresar de la próxima marea íbamos a casarnos. Una noche durante la cena estaba hablando de ello con los compañeros. La mayoría estaban casados así que me recomendaron cosas para la boda, hasta que yo pregunte por el cura. Me mandaron callar de golpe, al parecer da mal augurio hablar de ellos en el mar. Incluso cuando tienes experiencia aprendes cosas nuevas, tal vez si no dijera nada no hubiera ocurrido.


Faltaba un día para que regresar a casa. El ambiente era muy animado, habíamos pescado mucho con lo que cobraríamos más de lo habitual. Perfecto para la boda. Pero algo se torció. Una galerna cobró vida y nosotros estábamos en medio. Hoy en día pueden predecirse y tal vez no penséis que es para tanto. Pero en aquella época era lo peor que nos podía suceder. Aparecen de golpe, soplan y revuelven hasta romper todo y luego se van. Son una maldita pesadilla. Intentamos aguantar, juro que intentamos aguantar, pero no fue suficiente. Nuestro barco se hundía. Me gustaría decir que todo el mundo guardo la calma, pero no quiero mentir. La mayoría fueron invadidos por el pánico y no sabían que hacer, Y aquellos que lograron calmarse lo entendían mejor. estábamos apunto de morirnos.

No tenéis ni idea la cara que pusimos al ver otro barco acercarse. También estaba sufriendo por aguantar, pero intentaban llegar a nuestro lado. No fueron capaces de mirar como nos moríamos, parece algo obvio, pero la mayoría no ayuda cuando su vida esta en riesgo. Se pusieron cerca de nosotros y con la ayuda de todos pasamos a su barco. Pero todo se movía demasiado, convertía el proceso en algo lento y tedioso. En realidad todo duro muy poco, apenas unos minutos pero que largo se hizo todo. Quede para el final pero ya iba a cruzar, podía salvarme. Entonces demostré que soy imbécil. Di la vuelta y regrese a los camarotes.

¿Por qué?

Había olvidado mi reloj. Se que muchos no me creerán esta parte, pero es la más real de todas. Volví a nuestro barco por un reloj. El regalo de mi prometida. No se porque lo hice, ni siquiera pensé en ello. Cuando me di cuenta de la estupidez ya estaba en mi cama. Busque entre las cosas desesperado y lo encontré, mi reloj. Admito que salir no fue tan sencillo, no dejaba de entrar agua y empujarme hacía dentro. Tenía que agarrarme a las paredes para avanzar, tuve miedo. Llegue a pensar que no saldría de ahí, que iba a morir por ser imbécil. Pero logre salir y subí al barco vecino. Al poco tiempo el nuestro se hundió, si llego a tardar un poco más yo estaría dentro.

Todo se calmó y regresamos a casa. Pero no hubo celebraciones por resistir, muchos barcos se hundieron ese día. Muchas familias perdieron gente. Fue un mes negro. Con el tiempo todo volvió a la normalidad y volvíamos a sonreír, todos sabemos como funciona la vida. Todo sabemos que hay momentos en los que debemos llorar. Al final me casé y tuve dos hijos, una niña y un niño. Y sobreviví a otro hundimiento, supongo que tengo suerte.

Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Un relato en primera persona muy bien escrito. La vida del mar es muy dura. Tendrá mas anecdotas. Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Me has conmovido con la verasidad que relatas esos episodios. Más que suerte, creo que tu vida tenía un destino que cumplir y en eso estás.
    Un gusto enorme me ha dado el leer. Gracias por compartir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mil gracias a ti por tus palabras. Espero que sigas disfrutando de lo que viene, un abrazo.

      Eliminar

Publicar un comentario